Destaquemos el mayor homenaje que está recibiendo José María Eguren al celebrarse 150 años de su nacimiento: su esperada inclusión en la prestigiosa colección “Letras Hispánicas” de la editorial madrileña Cátedra, mediante el volumen de su Poesía y prosa (368 pp.), a cargo de la reconocida especialista española Gema Areta Marigó.
Prueba elocuente del reconocimiento, tardío pero sólido y creciente, de Eguren como uno de los mayores poetas en lengua española de la decisiva etapa posmodernista, en la que se superó el modernismo y se asumió moderadamente el clima vanguardista. En el Perú, inmediatamente, desde su primer poemario (Simbólicas, 1911) hasta el primer libro que lo estudió como una voz crucial (Estuardo Núñez, La poesía de Eguren, 1932), se consagró como fundador de la poesía peruana contemporánea, gracias a su asimilación personalísima de la estética simbolista, más rasgos diversos del parnasianismo, el impresionismo, el prerrafaelismo y el decadentismo. Demoró, en cambio, el consenso internacional sobre su importancia; por ejemplo, el rumano Stefan Baciu, en su Antología de la poesía surrealista latinoamericana (México, 1974), dedicó el primer capítulo a Eguren, eligiéndolo solamente a él como un pórtico al surrealismo latinoamericano, tal como acaece con el simbolismo en la poesía francesa.
Resulta fundamental la contribución de las ediciones de Eguren realizadas por Ricardo Silva-Santisteban desde 1974, entre ellas dos en repertorios canónicos de las letras latinoamericanas: la Biblioteca Ayacucho (Caracas, 2005) y la CRLA archivos (Poitiers y Córdoba, 2020).
Se les suma ahora, en la editorial Cátedra, la certera valoración de Areta Marigó: “uno de los más grandes poetas del Perú, alguien que supo abrir las puertas al futuro de un nuevo panorama poético” (pp. 85-86). Con el esmero que la caracteriza, Areta Marigó nos entrega la edición crítica de los poemarios Simbólicas y La canción de las figuras, y de Motivos, sus “ensayos estéticos” (así los calificó Eguren en una carta de 1931, p. 78) en originalísima y fulgurante prosa. Y las precede de una introducción que constituye la mejor síntesis existente de la trayectoria vital y literaria de Eguren.Ampliamente elogiado por sus versos cadenciosos, de gran hondura imaginativa (onírica feérica y arquetípica) y sugerencia simbólica, todavía no se ha generalizado la recepción idónea del artífice de la prosa que fue (en mi caso, elogiado como tal desde 1977).
Basados en criterios tradicionales según los cuales la prosa debe ser clara, precisa, sometida al hilo narrativo o el encadenamiento lógico, desde Núñez hasta Roberto Paoli -nada menos- han evaluado negativamente los méritos literarios de Motivos. Confiamos que las nuevas generaciones los aprecian como es debido, siguiendo el ejemplo de Miluska Benavides (con la autoridad que le otorga ser una prosista descollante) en Naturaleza de la prosa de José María Eguren (2017).
Y es que el ensayo (un híbrido reflexivo-poético-narrativo forjado por Montaigne) se enriqueció con las “ensoñaciones” de Rousseau, los poemas en prosa de Baudelaire y las “divagaciones” de Mallarmé. Esa línea adoptó una óptica primordialmente poética (aunque volcada al ensayo y la asociación de ideas), conforme resalta Eguren en 1940: “no me reproduzco como filósofo, sino siempre como poeta. Mi divagación crea un clima ávido de descubrimientos. Y sépalo usted, tanto se llega a ellos por el camino frío del pensamiento lógico como por el vasto y desordenado y misterioso de los ensueños poéticos” (p. 78).