Un hombre sin tiempo

Este año Galería Forum cumple medio siglo de fundación. En abril se inicia su temporada grande con una individual de Alejandro (Alejo) Alayza, uno de los artistas más trascendentes de nuestro país y que expone allí desde 1981.

por Luis Lama

Conocí la obra de Alejo Alayza (Lima, 1946) desde su primera exposición y he seguido de cerca su trayectoria en estos 43 años. Siempre me sedujo la luz de sus cuadros, su espiritualidad, la atmósfera, la contundencia del paisaje y, particularmente, su feroz independencia para no someterse a las tendencias del “mainstream” cultural.

No es que en esta obra no se puedan apreciar afinidades con la historia del arte, porque esos cuerpos pueden inspirarse en el arte bizantino, en la pintura colonial peruana, en Mario Urteaga o donde alguien quiera encontrar una relación, porque no vivimos en un mundo aislado. Personalmente considero que si alguna influencia ha tenido es de Cezanne. Eso puede verse en su paleta, en la distorsión de los cuerpos, en la ambigüedad de los espacios o en la contundencia del paisaje.

Pero es en Winternitz donde todo puede centrarse. Él introdujo a Cezanne en la Católica y puede ser que el profesor haya motivado en el alumno la pintura religiosa, entendida en su sentido más amplio. Pero a diferencia del maestro, la visión católica que se desprende de los cuadros de Alejo nos remite a un arte sacro indesligablemente peruano.

Materia y espíritu

He escrito dos veces en CARETAS (1986-1988)  un análisis de la pintura de Alejo Alayza bajo este mismo título. Siempre me ha perturbado el enfrentamiento de estos dos polos aparentemente opuestos que en su pintura se imbrican. Nunca he visto una inmaterialidad realizada, paradójicamente, de manera tan sólida, digamos, tan arquitectónica.

Alayza construye los cuadros con pinceladas, casi como tallas de color que se van superponiendo por capas, que pueden ocultar un proceso de creación en busca de la imagen definitiva. Ocurre que según sus declaraciones (Andrés Hare, entrevista 2018) él parte apenas de un boceto, una idea que luego se encargara de desarrollar a través del óleo. Y es en este proceso de donde emergen las formas únicas que él ha sido capaz de crear.

Azul

El azul puede ser un color frío. Lo sostuvo Newton y lo reafirmó Itten. Nos genera una profundidad virtual que, sostienen, lo vuelve sinónimo de paz. De acuerdo a Goethe, “al recordarnos el cielo y el mar, automáticamente nos aporta la sensación de libertad e infinidad”.

En 1960 Yves Klein patentó su “International Klein Blue” (IKB), hoy en todos los pantones del mundo. Se trata de un azul muy intenso, con tonalidades de ultramar, sin ningún tipo de mezclas, lo que le permitía crear un gran impacto visual.  Obviamente a Klein no le interesaba lo que pudiera decir Goethe pues sus preocupaciones estaban más próximas al neodadaísmo de la época.

Del mismo modo podemos hablar de los azules de Alejo, así en plural. Es un color que suele estar omnipresente en sus cuadros, ya sea en marinas, cielos o paisajes, o también creando atmósferas, incidiendo en las imágenes religiosas o acentuando la espiritualidad.

Pero estos azules están lejos de la monocromía. Todos están ricamente trabajados con una infinidad de gamas que pueden ir del azul Prusia al turquesa en un extraordinario dominio de su cromatismo.

Este azul suele tener protagonismo  en sus cuadros y el catálogo de su retrospectiva se encarga de ponerlo en evidencia.

La Católica

Un artista tan personal como Alejo puede ser libre, pero nunca improvisado. Termina convirtiéndose en un adicto a la pintura con una férrea disciplina que lo vuelve interdependiente de su labor.

Esto es propio de algunos de los mejores artistas egresados de la PUCP que he conocido. Desde Szyszlo a Julia Navarrete y algunos más que los han sucedido. No creo que haya una formación perfecta para ser artista porque es un trabajo tan personal, un proceso tan interior que lo suelo considerar paralelo al psicoanálisis. Mientras más se conozca el artista a sí mismo y comprenda mejor sus pulsiones superior será su obra.

Alayza no sólo ha sido –y sigue siendo este último año– un notable profesor de la Católica, sino que también fue su decano al fallecimiento de Anna Maccagno.

Él hace –o hacía– pan. Yo lo suelo comparar con la “masa madre”. Su personalidad es como un fermento en la mentalidad de sus estudiantes. Nunca he visto a un profesor de arte con tantos seguidores, que pintan siguiendo sus lecciones al momento de terminar, para luego continuar por su propio camino. Esos que se iniciaron con sus enseñanzas, son los que aún perduran en un medio como el nuestro, tan precario para los jóvenes artistas.

¿Lo nuevo, existe?  

¿Se puede hablar de lo nuevo para un artista de 78 años con un trabajo consolidado, que hace apenas 5 años realizó una retrospectiva?

Estoy convencido de que sí. Suelo recordar a Venturi cuando, a propósito de Tiziano, decía que el verdadero artista se aprecia después de los 50 años al renunciar a la aceptación para replantearse el arte. La creatividad no es una cuestión de edad, es una simple disposición mental y una permanente lucha contra el acomodamiento.

Esta muestra trae nuevas formas que rompen con todo intento de realidad. Por ejemplo en “ágape” un cuadro eminentemente cezanniano donde se rompen las fronteras para que el interior se fusione con todo el mundo circundante. “Ulises” es otro magnífico ejemplo de un campo mitológico inexplorado, con formas inéditas propias de un hombre que ha llegado a la sabiduría.

El mercado, al final

Alejo Alayza es un hombre sin tiempo. Ha optado por un perfil bajo en toda su carrera. Nos unen muchas cosas. Hemos envejecido al mismo tiempo, tenemos igual cantidad de hijos y nietos, nos apasiona el arte desde distintas trincheras y apenas hemos cruzado palabra alguna. Sus cuadros siempre han sido suficientes para integrarnos. No se requiere de más.

Lo que me sorprende es que este pintor tan auténtico no se encuentre en la mayoría de las colecciones contemporáneas peruanas. Puede ser que su silencio llegue a marginarlo de ese sector que busca “el impacto de lo nuevo”, sin embargo –no puedo evitar decirlo– su ausencia en algunas de las colecciones más publicitadas del medio me resulta de una pasmosa frivolidad. Un ejemplo: es desconcertante su ausencia en la actual muestra del MALI (1965-1995), aunque no creo que le importe mucho. Nunca ha cometido el pecado de la ostentación.

Es precisamente por todo eso,  creo necesario reiterarlo, que Alejo Alayza es el artista que más admiro de su generación.

También te puede interesar

 Av. Guardia Civil 1321, Oficina 1802, Surquillo, Lima – Perú

Copyright ©caretas.pe | Por Revista Caretas

Todos los derechos reservados

Ilustración Peruana

Este sitio web utiliza cookies para mejorar su experiencia. Asumiremos que está de acuerdo con esto, pero puede optar por no participar si lo desea. Aceptar Leer más

Política de privacidad y cookies