Habemus Papam, se escuchó en la plaza y ha escogido llamarse León XIV. Es estadounidense y, a la vez, peruano nacionalizado. De hecho, en su primera intervención como Pontífice interrumpió su mensaje y, en perfecto español, dirigió un sentido saludo a la ciudad de Chiclayo. Y es que el mundo (el Perú también), viene enfrentando momentos de grandes contrastes y no menos simbolismos. La misma designación del nuevo Papa, Robert Prevost Martínez, una mezcla de gringo norteamericano y latino del sur, es una clara muestra. Pero hay más.
Situémonos en el velatorio del Papa Francisco: repentinamente aparecen dos sillas, una frente a la otra, en las que se sientan Donald Trump y el presidente Zelensky, de Ucrania. La imagen, rodeada además de la solemnidad del acto fúnebre y de la tradición histórica de la Basílica de San Pedro es demasiado potente, ha dado la vuelta al mundo y sintetiza lo que estamos viviendo a nivel global: cambios que anuncian un destino incierto.
Es muy temprano para olvidarnos de la figura del Papa Francisco –al cual su sucesor ha rendido tributo– quien fue un fervoroso creyente de la paz, en especial para aquella zona de la guerra desencadenada por la invasión de Rusia a Ucrania, la que pone en serio riesgo la existencia de Europa misma, el lugar desde el cual despachará el nuevo Papa. Adviértase entonces: el día de su entierro, Francisco logra que Trump y Zelensky se sienten otra vez para hablar de paz. La imagen de la exaltada reunión de ambos en el Salón Oval de la Casa Blanca, ha quedado sustituida por la de estas sillas en el Templo de San Pedro, en el Vaticano. La pregunta, sin embargo, es: ¿qué vendrá después?
Y el Perú no escapa al fenómeno. Fallece Mario Vargas Llosa, nuestro único Premio Nobel, y al propio tiempo se condena a la cárcel al expresidente Ollanta Humala. El Perú sigue dando que hablar, sí, pero para lo bueno y lo malo; es decir, para lo que merece aprecio y, también, para aquello que suscita vergüenza. Lo primero, además del nuevo Papa, lo simboliza nuestro laureado escritor Mario Vargas Llosa: su huella ha quedado grabada, indeleble, y con ella el nombre del Perú. Pero lo segundo, aquello que convoca bochorno y deshonra, está representado por los expresidentes elegidos democráticamente durante este siglo XXI y que están presos hacinando la cárcel construida para ellos en el Fundo Barbadillo.
El contraste entre una situación y la otra es elocuente: Vargas Llosa, para no insistir en lo que ya se ha dicho con tanta propiedad, fue una notable personalidad intelectual, universalmente reconocida. Exactamente lo contrario de aquellos que recibieron mayoritariamente el voto ciudadano para regir los destinos del país hacia algo superior, y lo que lograron fue seguir acumulando frustraciones nacionales. ¿Seguimos jodidos, Zavalita?
Así como en el Perú nadie vislumbra cuál podría ser su futuro político, el mundo pareciera marchar a un cambio de era, al surgimiento de nuevos paradigmas y a un reordenamiento difícil de prever.
Son tiempos de contrastes.
*Abogado y fundador del original Foro Democrático