El Perú ha ingresado a una extraña combinación de inercia paralizante y exabrupto sorpresivo. Son fenómenos distintos que llaman la atención. En general, nada importante sucede en el Perú, a diferencia de otros países limítrofes, como Chile y Argentina. Aquí estamos embotados de noticias irrelevantes o, en todo caso, de francos ribetes policiales. Los medios de comunicación nos inundan de la reciente irregularidad cometida por el presidente del Congreso, de una nueva ley de un congresista que quiere beneficiarse o de alguna corruptela en la que siempre hay algún político comprometido. Ni qué decir de quienes desde el Poder Ejecutivo tienen la responsabilidad de gobernarnos. Simplemente no existen. La presidente Dina Boluarte no aparece en ningún acto público importante ni anuncia nada. Pareciera que no hay gobierno. Y así –todo parece indicarlo- quiere seguir gobernando tres años más.
Y de repente, esta calma inerte se ve movilizada por una de aquellas barbaridades de las que comete nuestra clase política exhibiendo su lado esquizofrénico. Esta vez se ha planteado que en los próximos quince días todos los miembros de la Junta Nacional de Justicia (JNJ), aquella encargada de nombrar a los jueces y fiscales del país, además de las autoridades electorales, sean destituidos de sus cargos por el Congreso, por haber cometido la “falta grave” de manifestar su opinión ejerciendo un derecho. Un típico exabrupto que rompe la calma a la que nos estábamos acostumbrando los peruanos.
Es verdad que las vulgaridades de nuestros congresistas empiezan a fijar su ínfima calidad ante el nivel en el que las clases políticas de nuestros vecinos, Chile y Argentina, están viviendo sus respetivos particulares procesos. En Chile, por ejemplo, se está insistiendo en un segundo intento de darse una nueva Constitución, con muy pocas probabilidades de éxito. Desde el célebre estallido social de octubre de 2019, que tanto llamó la atención del mundo entero, los chilenos, gobierno de izquierda de por medio, están pretendiendo una nueva Carta Fundamental que ordene su vida social –ya han pasado cuatro años-, sin que se vislumbre un resultado auspicioso. Pero como es natural, la discusión es distinta a la pobrísima que ofrece nuestra clase política en el Perú. En Chile se están cotejando visiones de cómo se vislumbra el país en el futuro y las enormes diferencias de unas y otras. Mientras tanto, a pesar de los redoblados esfuerzos, sigue rigiendo la Constitución de Pinochet de 1980, aunque con algunos cambios ocurridos durante el proceso de recuperación democrática. El General Pïnochet, aun en el 50° aniversario de la muerte de Salvador Allende, con todo su simbolismo, no quiere desprenderse de la historia chilena.
Y lo que viene sucediendo en las elecciones argentinas, sigue siendo de antología. Javier Milei, un excéntrico radical de derechas, con un discurso tan simple como irresistible (“fuera todos los políticos”), sigue concitado la mayor adhesión de todas las generaciones: los abuelos, los padres y los hijos.
Perú, Chile y Argentina resumen, pues, un parte policial, una visión de país y y la definición del futuro.
* Abogado y fundador del original Foro Democrático.