Con Mario Vargas Llosa pasan muchas cosas: escritor portentoso, intelectual lúcido y un sujeto que siempre estuvo cerca del asunto político: espacio donde sus ideas o decisiones tenían el efecto de polarizar al mundo. Pero eso será lo que menos resista al paso del tiempo. Nuestro Premio Nobel de Literatura tiene una obra que ha atravesado el imaginario literario con temas vigentes y universales: el poder, el abuso, las dictaduras, la explotación sexual, el machismo o las manifestaciones mesiánicas. Valorarlo es lo que toca, es lo justo. Lo contrario será la miseria de almas mezquinas.
Pero eso no importa; los maledicentes existen en todas partes del mundo. Lo que es relevante es la producción literaria e intelectual que deja como herencia: un rico legado cultural para el Perú, para los peruanos. Eso se debe entender de forma genuina, no protocolar. Es decir, ahora que ha fallecido Vargas Llosa, innumerables personajes de distinto ámbito hablan sobre él, pero ¿cuántos han leído algunas de sus obras para darse cuenta de la dimensión creativa que ha tenido?
O también surge la inevitable pregunta: ¿En cuántos colegios y universidades se lee a Mario Vargas Llosa? Hay mucho riesgo de que la respuesta no sea muy alentadora, pero es bueno recordarles a los educadores que el tan anhelado pensamiento crítico también se refuerza a través de las expresiones creativas, y la literatura forma parte de ellas: leer a Vargas Llosa en una etapa formativa puede ayudar a pensar en el país y a formularse muchas preguntas. Eso sería avanzar. Hacerse preguntas.
Novelas como La ciudad y los perros (1963) o Conversación en La Catedral (1969) poseen el nervio de un país que todavía no se termina de resolver y que se tiene que pensar constantemente. Y, quizás, eso cueste. Incluso hasta aburre, porque no es divertido aproximarse a una realidad áspera, sobre todo cuando se escribe de nuestra realidad, nuestro país. Son asuntos que incomodan, pero esa incomodidad es necesaria para no perder de vista dónde vivimos y los pendientes que tenemos. Es más, es necesario también para averiguar qué tipo de país queremos. Porque allí emerge otra pregunta: ¿Sabemos qué tipo de país queremos realmente?
Esa y otras inquietudes aparecen cuando uno se acerca a un autor como Mario Vargas Llosa, que desde lo literario ha sido ungido con un Premio Nobel de Literatura. Sin embargo, desde la ideología, el debate intelectual y la política también hay mucho espacio de relevancia para acercarse a él. No necesariamente para estar de acuerdo: la interpelación siempre es una saludable manifestación. Pero claro, en serio. Provistos de argumentos fundamentados, no cuestionando desde un temperamento atrabiliario, una mirada sectaria, mala fe o con la simple ignorancia.
El lado político de Mario Vargas Llosa siempre generó polarización desde su juventud, por ejemplo, su condición de izquierdista que se expresa en su apoyo a la Revolución Cubana de 1959. Pero esa simpatía termina oficialmente con el famoso caso de Heberto Padilla en 1971 —poeta cubano que fue arrestado acusado de contrarrevolucionario solo por pensar diferente a la propaganda del régimen de la isla—. Este evento es interesante en la vida de Vargas Llosa, pues rompe con un paradigma de la izquierda de la época y se vuelca a las ideas del liberalismo. Un cambio que le significó críticas demoledoras por parte de los sectores intelectuales de izquierda.
Sin embargo, su candidatura en 1990 a la presidencia del Perú fue el acontecimiento político más protagónico en el que participó y propició respuestas polarizadas en torno a su figura. Fácil no le fue asimilar la derrota; menos ante un desconocido como lo era en aquel momento Alberto Fujimori. Después se supo quién era realmente.
Esa contienda electoral, donde hay mucho terreno para explorar, analizar, coincidir y cuestionar a Vargas Llosa en términos políticos, son periodos de su vida que tienen coherencia con su personalidad: nunca fue ajeno al asunto político. Novelas, ensayos, conferencias y manifestaciones públicas lo refrendan. Y se tiene que comprender algo que es central: lo que él haya pensado o decidido en ciertos momentos no siempre se conecta con lo que uno siente o cree. Eso no lo invalida. Se recomienda no dramatizar en la discrepancia.
Algunos creen que estaba muy pegado a un liberalismo fundamentalista y otros que se ubicaba en una derecha conservadora. Pero lo que turbó más a algunos sectores fue que, después de tantos años de luchar con lo que significó el fujimorismo, apoyara en las elecciones del año 2021 a Keiko Fujimori. El argumento del mal menor frente a Pedro Castillo no fue suficiente. Las críticas llovieron.
Un pasaje controversial dentro de sus decisiones políticas, aunque en ese ámbito en el Perú muchas veces no hay respuestas correctas, sobre todo cuando se tiene que elegir entre el infierno cristiano o el inframundo de los griegos; entre Lucifer y Hades. Todas esas opciones son el sufrimiento garantizado. Esa es la única certeza.
Pero ese pasaje ya pasó, así como otros que puedan representar controversias también en lo político e incluso en lo personal. Un autor como Mario Vargas Llosa, que deja un enorme legado literario e intelectual, posee un lugar en la memoria de este país. Las imperfecciones y las contradicciones también forman parte del talento.
Sacar pecho y estar orgullosos es lo que toca. Descanse en paz, Mario Vargas Llosa. Eterno en su obra.