El desembarco en Normandía era la gran apuesta de los aliados para doblegar a las fuerzas de Hitler en Europa, pero también representaba un plan arriesgado: el fracaso era una posibilidad, una pesadilla que podía hacerse realidad. Esos temores estaban presentes en la mente de los altos mandos militares responsables de la llamada Operación Overlord: General Dwight D.Eisenhower (Estados Unidos), Comandante Supremo de las Fuerzas Expedicionarias Aliadas en Europa; Mariscal de Campo Bernard Montgomery (Reino Unido), Comandante del 21º Grupo de Ejércitos; General Omar Bradley, Comandante del 1er Ejército de los EE.UU. y el Almirante Sir Bertram Ramsay (Reino Unido), Comandante Naval Aliado, entre otros. Pero a pesar de todas las dudas y miedos: la convicción del triunfo se impuso. El primer ministro británico, Winston Churchill y el presidente estadounidense, Franklin Delano Roosevelt, confiaban en el plan diseñado y en la ayuda de Dios. Tenía que ser así. Sin fe hubiera sido imposible emprender tremendo desafío. El mal era demasiado grande.
El clima también era un factor central para pretender el éxito en esa campaña militar: el 5 de junio había sido la fecha elegida para el desembarco, pero las constantes lluvias en esa zona de Francia obligaron a posponerlo un día más: el 6 de junio. Y así fue, así comenzó la liberación del Viejo Continente de la bota nazi que culminó el 8 de mayo de 1945: Día de la Victoria. Hechos imborrables de la memoria histórica.
La Operación Overlord tuvo un despliegue de más de 150.000 tropas el 6 de junio en las cinco playas asignadas: Utah, Omaha (estadounidenses), Sword, Gold (británicos) y Juno (canadienses). A eso hay que considerar a los 23.000 paracaidistas que entraron en acción para sorprender a las fuerzas alemanas en tierra antes de que llegara a las costas normandas el inmenso contingente de soldados estadounidenses, británicos, franceses y canadienses. Luego, para finales de agosto, había más de tres millones de combatientes aliados en territorio francés para enfrentar a los nazis.
Todo lo que ocurrió a partir del 6 de junio de 1944 significó la liberación de Europa de las tropas de Hitler, pero el sacrificio fue enorme por la cantidad de pérdidas humanas: los soldados aliados lucharon contra una resistencia alemana férrea y feroz. Las tropas de Hitler sabían que la guerra estaba perdida. No eran tontos, pero existían órdenes y ejecuciones para los desobedientes-traidores-que intentaran desistir. El Führer se encontraba en un absoluto estado de negación y no quería ver la realidad. Eso propició que varios mandos militares lo quisieran muerto.
El 20 de julio de 1944 se llevó a cabo un atentado contra Adolf Hitler en una de las salas de reuniones de la Guarida del Lobo, uno de los cuarteles más emblemáticos del Führer. Esta conspiración realizada por altos mandos de la Wehrmacht fue denominada: Operación Valquiria. Quien se encargó directamente de este complot fue el conde Claus Shenk von Stauffenberg: él colocó un maletín provisto de explosivos debajo de la mesa de trabajo de aquella habitación. No tuvo éxito y todos los implicados fueron ejecutados sin piedad.
La idea de von Stauffenberg y de los demás conspiradores era derrocar a Hitler para que una élite intelectual alemana asumiera el poder y negociara la paz con los aliados. Una paz que garantizara mejores condiciones en la rendición. Pero el azar tiene sus caprichos: la explosión provocó que la mesa de la sala de reuniones se volteara hacia Hitler y le sirviera de escudo. La Operación Valquiria fracasó. Más de 600 detenidos y 200 ejecutados. Su éxito hubiera conseguido terminar con la guerra antes y salvaguardar al país de una humillación. Tantas cosas se pudieron haber evitado, como la separación de Alemania.
No fue así. El destino tenía reservado otro final para este país, uno muy duro con la ocupación soviética y estadounidense: se dividió en Alemania Oriental y Occidental. Tuvieron que transcurrir 45 años para que se reunifique. Un proceso que comenzó en 1990 y que culminó en 1991. La justicia histórica llegó, pero costó muchas lágrimas. Un mismo pueblo separado por un muro. Nunca debió ocurrir.
Sin embargo, los tiempos que corren en la actualidad no son serenos en el Viejo Continente: el conflicto de Rusia con Ucrania ha ocasionado una polarización internacional de amplias dimensiones. Es más, durante las celebraciones del 80 aniversario del desembarco en Normandía: Rusia no fue invitada. Es un enemigo de Occidente. Esa es la mirada de la OTAN.
Eso quedó muy claro en el discurso en Normandía del presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, quien lanzó comentarios alusivos al comportamiento bélico de Vladimir Putin: “Seamos honestos y reales con lo que Estados Unidos es”, los Rangers “no nos están pidiendo que hagamos su trabajo, nos están pidiendo que hagamos nuestro trabajo: proteger la libertad de nuestra era”.
El presidente francés, Emmanuel Macron, también se mostró determinante en sus declaraciones que tenían al mismo destinatario: “Ante el regreso de la guerra a nuestro continente, ante el cuestionamiento de todo aquello por lo que lucharon, ante quienes quieren cambiar las fronteras por la fuerza o reescribir la historia, seamos dignos de quienes desembarcaron aquí”.
De esta forma, las potencias occidentales aprovecharon una conmemoración histórica para enviarle mensajes a Vladimir Putin y pretender intimidarlo o provocarlo, pero se ha visto que él no retrocede y es improbable que lo haga con Ucrania: su campaña militar más relevante. Entonces, ¿qué es lo puede ocurrir en Europa y en el mundo a partir de este conflicto? Nadie sabe a ciencia cierta: hay demasiadas variables para poder realizar un ejercicio predictivo certero. Aunque, si la tensión sigue tan alta: el riesgo de una acción mal interpretada por cualquiera de las potencias puede conducir a un escenario de respuestas demenciales. Esa siempre es una variable vigente.
La humanidad no merece correr estos riesgos: las dos guerras mundiales han enseñado que una conflagración de grandes escalas solo deja de herencia destrucción y mucho dolor por décadas. Aprender que la paz es la única alternativa; sería el mejor homenaje a todos los muertos de todas las guerras. Hasta el momento las señales indican que ese aprendizaje no se vislumbra. No existe.