1940
Manuel Prado, quien actuaba como un aristócrata inglés del siglo XIX, fue dos veces presidente del Perú. Este señor adicto a la pompa, al frac y al bombín fue quien impulsó el concurso arquitectónico para la creación del edificio de la Municipalidad de Miraflores.
El ganador fue Luis Miró quesada Garland (1914-1994) un arquitecto de 26 años, preocupado por la historia, la filosofía, la estética y las manifestaciones artísticas de toda índole. Entre 1941 y 1944 él desarrolló la obra neocolonial más emblemática de la época. Un edificio histórico cuyo análisis dejo a cargo de Cristina Dreifuss, crítica de arquitectura de CARETAS.
Sólo incidiré en el lado posterior que da a la calle Diez Canseco. Fue destinado originalmente a un Museo de reproducciones artísticas muy visitado hasta que pasó a ser la sede del sindicato de la policía municipal. Allí, en 1984, se creó la Sala Luis Miró Quesada Garland.
1947
La Municipalidad de Miraflores fue el canto del cisne de la arquitectura neocolonial. Luis Miró Quesada (Cartucho para los amigos) enunció en 1947 los principios de la “Agrupación Espacio” sentando los principios de la modernidad en el Perú.
En su Manifiesto, la Agrupación sostiene: … “La arquitectura, como arte de síntesis… ha sido el último de los valores estéticos en revolucionarse… El esfuerzo de creadores como Le Corbusier, Gropius, Van der Rohe, Niemeyer, Neutra, Lloyd Wright y otros arquitectos actuales, se realiza en un tiempo y en un espacio dados, como esencia del ser contemporáneo…y concluía: “Un hombre puede ser un revolucionario pero nunca una revolución”.
Se equivocó. Cartucho fue ambas cosas a la vez.
Cuando Luis Bedoya de Vivanco accedió a la Alcaldía de Miraflores tuvo como uno de sus concejales al arquitecto José Carlos Barrenechea. Ellos me convocaron para reactivar un espacio inutilizado que originalmente se había dedicado a la exhibición de reproducciones.
Lo primero que hice fue buscar a Cartucho. Sabía que desde los orígenes él tenía pensado dedicar a actividades culturales todo el primer piso del edificio, a modo de un gran centro de arte contemporáneo. Y este fue el nombre que se sugirió para el renovado local: “Centro Cultural de la Municipalidad de Miraflores”. Llamarlo palacio le parecía anacrónico y de mal gusto.
Cartucho amaba el espacio. Cada sábado al medio día él y su Alicia se encontraban con mi Alicia y conmigo en el CCMM para luego irnos a tomar café a media cuadra. Allí conversábamos sobre arte y proyectos futuros, entre ellos el Museo de Arte Contemporáneo de Miraflores, que finalmente terminó en Barranco.
El MAC estaba pensado construirse en lo que es hoy Larcomar y su colección era la perteneciente al Instituto de Arte Contemporáneo. Para construirse se hizo una colecta internacional que ascendió a varios millones de dólares del primer gobierno de García. Pero en ese entonces estábamos obligados a depositar los dólares, en su equivalente en soles, en el Banco de la Nación, lo que con la hiperinflación acumulada de 2.178,49%, al final llegaron a ser unos 10 soles.
Sucedió que “El Rincón Gaucho” tenía alquilado todo el local a la municipalidad, el desalojo demoró mucho tiempo y cuando se ganó el juicio, la gestión de Bedoya, en una decisión que se presta a suspicacias, le renovó el contrato al restaurante en lugar de entregarlo al Museo.
El último proyecto de Cartucho fue para otro MAC, pero esta vez ubicado en Larco 770. Sin embargo Alberto Andrade, un excelente alcalde, se equivocó al dedicar ese espacio al Centro Cultural Ricardo Palma.
1994
Cartucho marchó a Texas para una segunda operación a un corazón lastimado que no pudo resistir el embate. Fue uno de nuestros grandes hombres del siglo XX. Discreto, brillante arquitecto, teórico y ensayista, promovió la polémica de más alto nivel en torno al arte peruano. Fue además el mayor impulsor de nuestra modernidad.
Entonces le propuse a Alberto Andrade el cambio de nombre del Centro Cultural a “Sala Luis Miró Quesada Garland”. Se merecía el homenaje. El edificio era obra suya y él creó el espacio de exposiciones desde los orígenes.
2019
Luis Molina fue elegido alcalde de Miraflores representando al partido de Castañeda Lossio. Habría que reconocer que él sabía la imagen positiva que el arte podía darle a su gestión. A pesar de la crisis económica dejada por la pandemia no escatimó en ninguna actividad cultural ni tomó como pretexto falta de recursos para cerrar galerías.
A Molina, un hombre interesado en ser cabeza de Lima Metropolitana, le vendieron la idea de hacer propia la idea de Cartucho: Convertir todo el primer piso del edificio municipal en un gran centro cultural. Pura mercadotecnia política acompañada del pomposo -y huachafo- apelativo de Palacio de las Artes de Miraflores. ¿Palacio? El alcalde ignoraba que innumerables prostíbulos, moteles, discotecas, chifas, … etc. también se llaman palacio.
Molina se embarcó en el proyecto sin tomar las previsiones de lo que podría ocasionar su mala planificación. Desde la Gerencia de Comunicaciones se desarrolló un campaña propagandística que tuvo alta repercusión en los medios, lo que envalentonó a este hombre mediocre y a los subalternos que le vendieron la idea.
A pesar de las advertencias que personalmente le hiciera, el resultado de su marketing fue tóxico: Un castillo de periferia en el que no se ha cumplido con las exigencias del Ministerio de Cultura, ni se han respetado los requerimientos mínimos para un sala de exposiciones.
2024
La Gerente de Cultura, Rosario Shinki, insiste en que Canales recuperará este año las salas. Es insuficiente. Deberá haber un presupuesto adecuado para realizar actividades, se tendrá que trabajar profesionalmente con una programación en la cual él no intervenga imponiendo o prohibiendo actividades, levantar los vetos ideológicos y, finalmente, que sepa que está obligado a respetar la historia.
El espacio deberá recuperar sus nombres y sus logos: “Centro Cultural de la Municipalidad de Miraflores”, como lo llamó Cartucho. El nombre de “Sala Luis Miro Quesada Garland” tiene que reaparecer en la fachada, como parte del CCMM. Canales está obligado a comprender que una ciudad sin pasado tampoco tiene futuro.