Elecciones argentinas: Borges lo anticipó

por Fernando de la Flor Arbulú

Los resultados de las elecciones presidenciales realizadas en Argentina este domingo 22 de octubre, terminan dándole sentido a la antológica frase borgiana. Varias razones, todas objetivamente analizadas, explican el fenómeno.

En agosto pasado, hace apenas un par de meses, surgió en la política argentina un personaje atípico, extravagante, francamente pintoresco. Javier Milei se llama. Un economista conocedor de su materia y estudioso, desafiante y llamativo: andaba despeinado, desaliñado, en vez de hablar gritaba, pero tenía ideas propias: la difícil situación que enfrenta la Argentina, se resuelve eliminando a lo que llamó “la casta política, es decir, a todos aquellos que viven del presupuesto público desde siempre, a quienes no se les conoce trabajo diferente al que le prestan al Estado, plagado de privilegios y exagerados beneficios. El mensaje era claro: hay que terminar con los políticos. Fue un potente acierto político de Milei, tanto que ganó largamente las denominadas elecciones primarias que se realizaron en Argentina.  Venció al peronismo, poderoso partido del gobierno, así como a la coalición opositora liderada por el ex presidente Mauricio Macri. Dicho triunfo, tan rotundo e inesperado, convirtió a Milei en un personaje político, al extremo de convertirlo en el favorito candidato a hacerse de la presidencia de ka República.

Debe tenerse en cuenta que Argentina, actualmente, tiene uno de los más altos índices de inflación en el mundo, bordeando el 140% anual, un tipo de cambio absolutamente descontrolado que hace que el dólar paralelo cueste cinco veces más que el oficial y un nivel de pobreza que gira alrededor del 40% de su población. La situación no puede ser más lamentable. Resulta oportuno decir desde ahora que el ministro de Economía, responsable de lo señalado, es el líder peronista, Sergio Massa, quien, sorprendentemente, acaba de ganar la primera vuelta de las elecciones presidenciales de este domingo 22 de octubre, después de haber sido vencido estrepitosamente en las elecciones primarias de agosto pasado. 

El vaticinio filosófico de Borges cobra todo su sentido: en apenas dos meses, entre agosto y octubre, la simple estadística cambió radicalmente las cosas: Sergio Massa, de tercero relegado, pasa a ocupar el primer lugar y el promisorio Javier Milei es desplazado.

Ahora bien, Milei planteó un programa para resolver definitivamente la crisis argentina que, sostiene, es estructural.  Propuso eliminar el Banco Central de Reserva y dolarizar la economía. Mientras que políticamente asfixiaba a “la casta política” responsabilizándola de la desgraciada posición del país, proponía este tipo de medidas altamente discutibles para superar la situación. Sostenía que el Banco Central de Reserva era el directo responsable del déficit fiscal dado el nivel de emisión inorgánica sin sustento en que incurría, lo cual retroalimentaba la inflación y, además, emitía una moneda -el peso argentino- que era masivamente repudiada por la ciudadanía

Pero, así como Milei seguía con su consistente ataque a “la casta política”, implicándola sin duda ninguna en la debacle en la que se debate el país, tuvo también que referirse a otros temas, cada uno más excéntrico y extravagante que el otro. Dijo, por ejemplo, que él estaba de acuerdo con la libre de venta de órganos de cada ser humano. Como firme creyente de la libertad, considera que ese es un derecho de cada quien, respecto del cual el Estado, que, en el fondo, no debiera existir, nada tendría que restringir ni prohibir. Afirmó, también, aunque matizada, la libertad de portar armas para la defensa personal. Y llegó a un extremo que, para un país religiosamente católico, como lo es Argentina, tuvo su punto de inflexión: acusó al Papa Francisco (de nacionalidad argentina, además) de ser comunista y representar al anti Cristo en esa tierra. Aunque luego retiró tales imputaciones, alguien cercano a su entorno, en el mitin de cierre de su campaña, exigió el inmediato cese de relaciones diplomáticas de Argentina con el Vaticano.

El objetivo del candidato oficialista, Sergio Massa, no fue otro que el de infundir miedo y temor, sibilinamente en algunos casos y abiertamente en otros, a las ideas de Javier Milei. Evidentemente no le fue difícil.

Pero hay adicionalmente otro elemento, esencialmente político, que resulta altamente verosímil para que un ministro de Economía de un país con 140% de inflación en curso y un tipo de cambio cinco veces mayor al oficial, haya ganado una elección popular: y es que Javier Milei fue una hechura del propio peronismo.

Expliquemos este punto: el peronismo, que no quiere dejar el poder, requería para eso que, en este proceso electoral, alguien dividiese la votación de su principal opositor, el frente que lidera el ex presidente Mauricio Macri. Su solución fue Javier Milei: creó un personaje, le dio cabida y le permitió, sin mayores antecedentes, ingresar a la política de alto nivel.  Claro que el personaje perfiló una imagen propia, con ideas especiales, distintas, disruptivas, que estuvieron a punto de convertirlo en presidente de la República en primera vuelta, para terminar, sin embargo, siendo el rival al cual tendrán que enfrentar en la segunda vuelta por realizarse.

Es verdad que no hay presidente electo en Argentina. Lo habrá el 19 de noviembre próximo, en la segunda vuelta a llevarse a cabo entre Sergio Massa, el actual ministro de Economía del gobierno peronista, y el extravagante anarquista liberal, Javier Milei.

 Pero lo importante es, otra vez, verificar si Borges tiene razón: “la democracia es un error de la estadística”.

*Abogado y fundador del original Foro Democrático.

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