Es evidente que cuando hay movilizaciones ciudadanas, existen reacciones políticas. Dos recientes sucesos, uno del Perú y otro del mundo, así lo demuestran. Se llaman Dina Boluarte y Gaza, respectivamente. Veamos ambos.
El Congreso peruano, a seis meses de las elecciones y tras haber sostenido sin tapujos al gobierno de Dina Boluarte (no olvidarse que desestimó cinco mociones de vacancia anteriores), ha decidido ponerle fin: la destituyó por amplia mayoría parlamentaria. Para ello confluyeron algunos factores: la persistente movilización ciudadana, el oportunismo electoral y una gran dosis de miedo. La gente no dejó de reclamar, la generación Z, calentando las calles, exigió el cese de Dina Boluarte y el susto de la clase política –provocado por las airadas protestas en Puno y la creciente inseguridad ciudadana– aceleró su caída. Se equivocan, sin embargo, aquellos grupos políticos con representación parlamentaria y pretensiones electorales si creen que están reivindicándose ante la ciudadanía. El desprecio popular se mantendrá inalterable. La maniobra que han ejecutado es tan burda que no es posible ocultarla: desmarcarse del caótico desgobierno de Dina Boluarte, al cual contribuyeron, en vísperas del proceso electoral para no asumir su pasivo, resulta un deseo inalcanzable.
Algo parecido viene sucediendo a nivel global, aunque considerando las proporciones y alcances del fenómeno la comparación pudiese no resultar del todo plausible, sí es ilustrativa: el desastre en Gaza, el genocidio (léase exterminio) que las fuerzas armadas de Israel vienen infligiéndole a los palestinos que habitan dicha zona. Inmensas movilizaciones ciudadanas en los más importantes países del mundo, vienen exigiendo, calentando sus calles, que cese de inmediato el inmisericorde ataque contra los palestinos; y que se permita el ingreso de la ayuda humanitaria destinada a auxiliar a los desvalidos del lugar, que no solo reciben balas y bombas, sino que literalmente se mueren de hambre y sed.
Tales exigencias ciudadanas mundiales, cada vez más multitudinarias, algún efecto deben haber producido a nivel global. Si bien es verdad que la flotilla de ayuda humanitaria para Gaza, recientemente intervenida por Israel, no ha logrado su cometido de aliviar el dolor de los gazatíes, no deja de ser cierto que acaba de conocerse un plan de paz para la zona con perspectivas de solucionar el conflicto existente, que ya empezó a implementarse.
Pero lo interesante a destacar es, otra vez, la relación directa entre el reclamo ciudadano, expresado en calentar las calles, y la reacción de la clase política. Es probable que el genocidio en Gaza se hubiese terminado de ejecutar si es que no hubiese existido la reacción de la gente en todo el mundo. Es gracias a la movilización de la ciudadanía a lo largo y ancho del planeta que los gobiernos han dado la simbólica señal de reconocer al Estado palestino y aislar cada vez más a Benjamín Netanyahu, líder actual de Israel, con el fin de propiciar una paz difícil pero deseable.
¿Acaso habría sido posible el Holocausto si la gente hubiese conocido en tiempo real lo que Hitler estaba haciendo?
Es verdad, entonces, cuando las calles se calientan, las cosas no siguen igual.
*Abogado y fundador del Foro Democrático