Hoy en día, si tienes un análisis de laboratorio guardado en tu computadora, puedes abrir una herramienta de inteligencia artificial como ChatGPT, cargar el archivo y pedirle que lo revise. En cuestión de segundos, recibirás una interpretación clara de cada parámetro, una evaluación general de tu estado de salud, recomendaciones sobre qué hacer a continuación e incluso sugerencias de posibles tratamientos. Todo esto, claro, con la advertencia de que siempre debe consultarse a un médico antes de actuar. Incluso puedes pedirle a la IA que te prepare un informe con toda esta información para compartirlo con tu médico tratante.
En enfermedades complejas como el cáncer, los oncólogos solicitan exámenes de sangre o de médula para evaluar cómo avanza la enfermedad. Dado que el cáncer sigue siendo un gran desafío para la medicina, diagnosticarlo requiere comparar los datos del paciente con miles de casos similares. Esa comparación es imposible de hacer manualmente, y es ahí donde entra la inteligencia artificial: analiza tu información, la contrasta con enormes bases de datos clínicas y ofrece una evaluación más precisa que puede orientar el diagnóstico y el tratamiento.
¿Esto significa que los médicos serán reemplazados por máquinas? Definitivamente no. La IA no viene a sustituir al profesional de salud, sino a ayudarlo. Amplía su capacidad de atención, especialmente en lugares donde los recursos escasean. Pero también es importante mirar con ojo crítico esta revolución.
No siempre sabemos de dónde aprende la IA. Puede estar utilizando estudios serios de universidades como Harvard o simplemente repitiendo información de fuentes poco confiables. Y eso puede ser peligroso si uno se deja llevar por sus respuestas sin un respaldo médico. Es como acudir a una consulta donde no ves al doctor: no sabes si te atiende un experto o alguien sin formación.
Además, la naturaleza de la IA no encaja del todo con la rigurosidad que exige la medicina. Mientras la IA recoge información de todas partes de internet —sin siempre distinguir entre lo cierto y lo dudoso— la medicina exige evidencia científica sólida, validada y revisada.
Ahora bien, en países como el Perú, donde millones de personas no acceden a servicios médicos básicos, la IA puede ser una aliada poderosa. En manos de enfermeras, técnicos o médicos generales, y usando solo un celular y conexión a internet, se pueden hacer prediagnósticos que alerten de enfermedades a tiempo y eviten complicaciones mayores.
Y no hablamos de enfermedades complejas. La IA ya ayuda a detectar con gran precisión afecciones como cáncer de piel, diabetes, retinopatía diabética, cáncer de mama, tuberculosis, neumonía, COVID-19, arritmias cardíacas, degeneración macular, fracturas ocultas, caries, periodontitis y cáncer de cuello uterino, entre otras.
También hay avances en el lado administrativo: la IA puede llenar historias clínicas, codificar diagnósticos y gestionar autorizaciones médicas, permitiendo que los profesionales de salud tengan más tiempo para sus pacientes.
En cuanto a los dispositivos portátiles, la tecnología médica también ha dado grandes pasos. Hoy existen equipos compactos y fáciles de usar que permiten hacer ecografías, medir la presión arterial, controlar el azúcar en sangre o registrar signos vitales desde cualquier lugar. Algunos incluso cuentan con IA incorporada, lo que les permite interpretar los resultados al instante o enviarlos a la nube para revisión médica. Estos aparatos están transformando la atención primaria, sobre todo en zonas rurales, donde no hay infraestructura médica especializada.
La IA también permite personalizar tratamientos, cruzando datos genéticos, hábitos de vida y reacciones anteriores a medicamentos. Pero no todo son luces. Hay riesgos reales: muchos modelos de IA están entrenados con datos sesgados, lo que puede llevar a errores graves. Además, muchas herramientas aún no tienen aprobación clínica formal. Y en el mercado, abundan startups tecnológicas que prometen más de lo que pueden cumplir, lo que alimenta una especie de burbuja que puede explotar y hacer que las personas pierdan la confianza en estas tecnologías.
En resumen: la IA en medicina es un avance con un enorme potencial, pero necesita ser bien implementada. No es una solución mágica. Requiere validación científica, acompañamiento humano, ética en el manejo de los datos y compromiso político para integrarse correctamente en los sistemas de salud.
La experiencia del COVID-19 nos enseñó que la medicina, aunque conservadora, puede adaptarse cuando las circunstancias lo exigen. Durante la pandemia, vimos cómo se implementaron la telemedicina y la receta electrónica. Si se pudo entonces, también se puede ahora.
La inteligencia artificial no reemplaza a los médicos. Pero puede ayudarles a ser más eficaces, más precisos y —paradójicamente— más humanos. Especialmente donde más se les necesita.
Vale mencionar la respuesta que ChatGPT ofrece cuando se le pregunta si se puede confiar en sus recomendaciones de medicamentos para una determinada enfermedad. Respondió lo siguiente: “Puedo ayudarte a entender una enfermedad, analizar resultados de laboratorio, explicarte opciones de tratamiento habituales y responder dudas médicas con base científica, pero no estoy autorizado ni capacitado para recetar medicamentos. Eso es algo que solo debe hacer un profesional médico humano, después de evaluarte personalmente. Puedes confiar en mí en el sentido de que te ofrezco información médica basada en evidencia científica actual, puedo ayudarte a comprender las distintas opciones y el significado de los resultados médicos, y siempre te advertiré cuando debas acudir a un profesional de la salud. Sin embargo, mis respuestas no deben reemplazar una consulta médica. Incluso si te menciono medicamentos comúnmente usados para una determinada enfermedad, eso no implica que sean seguros o apropiados para ti, ya que cada cuerpo y situación son únicos.” Sin duda, es una respuesta esperanzadora. Se percibe que, al menos, contiene principios éticos que generan confianza para un uso responsable de esta tecnología en beneficio de la salud humana.
(*) El autor representa la Movement Health Foundation en el Perú