Sistu es un niño de alma diáfana: tierno y amoroso con sus padres y con su abuelita. En el colegio es un chico listo e inquieto. Siempre quiere aprender. Si tiene que pelear, pelea. No arruga con el bravucón del salón. Tampoco es un abusivo. Es alguien que con apenas diez años demuestra tener fuego y temple para la vida: no se rinde cuando se propone algo y en esta historia su deseo tiene la fortaleza de una roca. Persuade a toda una comunidad a que lo siga y experimenten junto a él la inédita magia del cine en sus vidas. Toda una revelación.
La película de César Galindo habla de un mundo rural alejado de la modernidad y expuesto al abuso de quienes manejan más información, y poseen contacto con la urbe. Sin embargo, en ese escenario, la figura de Sistu moviliza el sentido de la historia hacia la sana curiosidad por la exploración de territorios desconocidos. Este niño quiere saber qué son las películas, cómo se ve la gente en la pantalla: su profesora le habla de ellas cuando encuentra un afiche de un viejo filme. Queda seducido y quiere salir a buscar un cine. Se entera que en el pueblo hay uno, uno itinerante.
La magia comienza con las patadas acrobáticas de Bruce Lee y su imbatibilidad en el combate. Aunque sus particulares gritos que preceden sus golpes conforman gran parte del atractivo que hipnotiza al niño de diez años y que busca replicar en el colegio cuando el matón del salón se siente ‘picón’ por sus extraordinarios relatos a sus compañeritos. Pretender gritar como el maestro del Kung Fu no fue en vano.
Luego, hay otras películas que alimentan el deseo de conocer más. Se propician discusiones en su familia y en la comunidad sobre este arte llamado cine. Lo desconocido genera miedo, pero cuando se comienza a comprender su dimensión: es un regalo no tiene precio en sus vidas.
A través de los ojos de Sistu se aprecia esa parte del país que vive en otro tiempo, uno donde las herramientas del progreso son inexistentes. Hay un colegio, pero queda lejos. Hay colegio, pero está derruido. Hay una sola profesora, pero viene de muy lejos. Y no todos los padres quieren que sus hijos vayan a estudiar. En las chacras se les necesita.
Un mundo que evidencia las enormes necesidades que tenemos en muchas partes de nuestro país y que no se resuelven. Siguen allí, aunque pasen los años. También las décadas. Esperemos que no sean los siglos. Siempre hay esa posibilidad.
La historia de este bello niño expone ese olvido y la postergación: el cine es la metáfora de las múltiples carencias que tenemos en diferentes lugares del Perú. Lo notable es que Sistu desde su inocencia se rebela contra la ignorancia y persigue explorar otros ámbitos, y busca que otros lo acompañen en esta aventura. La transformación llega. El mundo de toda una comunidad cambia. Solo bastaron algunas películas. Esa es la magia de las historias.