En una época que avanza con prisa y olvida sus raíces, el Libro–Catálogo de Olivos Monumentales de América – SUDOLIVA® aparece como un acto de memoria y resistencia. La obra del investigador tacneño Gianfranco Vargas Flores —fruto de más de una década de viajes, mediciones, archivos y devociones— se presentará en Lima este 12 de diciembre en el Olé-Bar Restaurante (Calle Pancho Fierro 109, San Isidro), convirtiendo a la ciudad en la antesala de un proyecto que ya despierta interés en México, Chile y Estados Unidos.
El catálogo reúne 19 olivos monumentales desde California hasta Chile. Tres de ellos crecen en Lima: uno en San Isidro, otro en Jesús María y un tercero en Surco. “Estos olivos son las plantas madre del olivar americano; aquí empezó todo”, afirma Vargas, hijo de una familia de productores de aceite del sur peruano. Su investigación comenzó precisamente en el Bosque El Olivar, donde descubrió que los primeros árboles fueron plantados en 1637 por San Martín de Porres, junto a afrodescendientes que trabajaban en la antigua hacienda del Rosario. “Según el diario de Juan Vázquez Parra, los olivos se plantaron en agosto de ese año. De esos primeros ejemplares se propagaron los demás”, explica.
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El rigor científico ha sido la columna vertebral del proyecto. Vargas articuló un trabajo con la Universidad Politécnica de Madrid y la Fundación Santander para aplicar el Modelo Santander, un escáner digital de telemetría láser que permite datar los árboles sin intervención física. Gracias a este sistema, pudo confirmar que el olivo más antiguo del Perú se encuentra en Ilo, en el fundo Tocunaga. “Coincide con los registros de Garcilaso de la Vega y Bernabé Cobo sobre la llegada del olivo al Virreinato”, detalla.
Pero el catálogo no es solo una obra de ciencia. Es también un libro de peregrinaciones, testimonios y silencios. Vargas admite que cada árbol patrimonial tiene su propio carácter. Algunos sobreviven en plazas, otros en haciendas abandonadas, varios en terrenos donde la modernidad los ha cercado. “San Martín los plantó y todavía los protege desde arriba”, dice con fe. En el olivo de San Isidro, una placa de agradecimiento que él mismo colocó recuerda años de investigación sostenidos más por convicción que por apoyo estatal.
El libro —financiado por los hijos del político mexicano María Ramón Valdez— se suma al trabajo de SUDOLIVA®, plataforma continental creada por el propio Vargas para la defensa del patrimonio olivarero, impulsora del Concurso Internacional de Olivos Patrimoniales y de rutas culturales que unifican los territorios del olivo. “El olivar no solo es paisaje: es identidad, religiosidad, ciencia y sabor. Nuestra plataforma gastronómica, la mejor de América, no puede prescindir de su raíz agrícola”, sostiene.
Desde Lima, Arequipa e Ilo hasta Mendoza, Montevideo y Los Ángeles, Vargas ha identificado árboles que aún producen fruto pese a siglos de sequías, guerras y terremotos. “En su genética está escrita nuestra historia de adaptación al cambio climático”, afirma. Su sueño, ahora, es construir una almazara rodante que recorra estas regiones, ayude a las comunidades a producir su propio aceite y genere turismo sostenible alrededor de estos colosos verdes.
El autor lo resume con una idea que atraviesa todo el libro: “El olivo no pertenece a nadie, porque los españoles también lo heredaron del Mediterráneo y del Medio Oriente. El olivo nos une como continente. Es el símbolo de la paz, pero también de la resistencia”.
En tiempos de crisis ambiental global, estas esculturas vivientes —algunas con casi cinco siglos de vida— dejan de ser meras reliquias botánicas: se convierten en archivos naturales del clima y la cultura, guardianes de una memoria que aún respiramos.