La nueva exposición de Sara Merel (Lima,1965) amerita visitarse porque se trata de una artista con una obra coherente que he venido siguiendo de manera esporádica ya sea en tiendas de galerías, o en casas de amigos que la coleccionan.

Esta obra merece una mayor atención en el medio. Sus presentaciones son muy escasas y casi siempre al margen el circuito galerístico. Hasta el momento Índigo ha sido el espacio que ha acogido su obra pero considero que su presencia debe expandirse para tener una mayor difusión.
Sara Merel estudió en Roma luego de haber estudiado en el taller de Cristina Gálvez y de Margarita Checa. Ha participado en innumerables colectivas y merecido premios, pero sus individuales son reducidas porque luce que sus afanes están más orientados a la creación que a la comunicación. De otro modo no se explicaría lo espaciado sus presentaciones.


Siempre me atrajeron esos cuadros abstractos tan bien estructurados que salen fuera de los estándares de la abstracción local. No predomina en ella el action painting neoyorkino, sin embargo hay una gestualidad segura en su representación de la precariedad constructiva. Además hay una preocupación casi arquitectónica por la composición que le otorga un rigor a cada uno de sus planteamientos.
Y el color. Usualmente Sara Merel es parca en sus opciones cromáticas a pesar de que en esta última muestra la presencia de rojos, amarillos y azules para construir -o deconstruir sus arquitecturas ficticias- permiten destacar esas edificaciones que rompen con su aparente no figuración.
Su nueva exposición trae trabajos en los cuales las imágenes arquitectónicas se van ensamblando hasta sugerir ciudades laberínticas donde se aprecian las virtudes de la pintora. Los cuadros actuales son mucho más complejos que los anteriormente vistos. En ellos, como siempre, busca un equilibrio, nunca satura, el movimiento es rítmico y a pesar de la ruptura de los planos y de los collages, estos son tan controlados que nunca llegan al caos, a pesar de que en las piezas más audaces se aproxime a él.
Pudiera haber rezagos cubistas en esta fragmentación pero en realidad ellos son el resultado de un proceso espontáneo en el cual la obra se va armando sin boceto previo, fragmentando el espacio de manera ortogonal, y “aplicando el color capa a capa con espátulas de paleta, pero preferentemente de “albañil”, cuando surge ese espacio arquitectónico que caracteriza mi obra de los últimos años… Es un poco el resultado de mis “paseos nocturnos” en un largo corredor fantástico”