El chip telefónico se ha convertido en la moneda del crimen en los penales peruanos. Cada línea ilegal permite extorsionar, amenazar o coordinar delitos desde prisión. “Se gana igual o más que con droga”, admite un ex interno de Lurigancho. A pesar de requisas, bloqueos y leyes más estrictas, el negocio sigue operando con precisión empresarial, involucrando vendedores ambulantes, funcionarios y mafias tecnológicas.
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