El 31 de octubre, el trío mexicano Latin Mafia transformó Costa 21 en una ceremonia donde el fuego, las luces y el sudor fueron los verdaderos protagonistas. No fue solo un concierto: fue una comunión. Una misa del sentir.
Desde el primer acorde, el público peruano se entregó sin reservas. Miles de voces cantaron al unísono cada verso de “Continuo Atardecer”, “No digas nada”, “Más humano”, “Julieta” y “Julietota”, como si se tratara de historias propias. Los hermanos Mike, Milton y Emilio De la Rosa desplegaron una energía feroz, sostenida por una puesta en escena fuera de todo molde: cámaras y snorricams adheridas a sus cuerpos transmitían en vivo visuales en primera persona, creando una experiencia inmersiva y cinematográfica que borraba los límites entre escenario y público.
Pero el guion de la noche tenía giros inesperados.
En medio del set, Emilio apareció entre la multitud, cantando desde la barra del lado derecho de campo A, rodeado de fans que apenas podían creer lo que veían. Milton, con el torso descubierto y el corazón expuesto, agradeció una y otra vez la intensidad limeña. Y el momento más conmovedor llegó cuando Mike, con la voz quebrada, dejó que las lágrimas lo encontraran en medio del aplauso.
El público respondió con igual entrega. Muchos llegaron disfrazados, honrando la fecha con una alegría desbordante. En varias canciones, los celulares se encendieron como luciérnagas, iluminando el mar humano que vibraba al ritmo de la música. En uno de los clímax del show, uno de los integrantes trepó a un puesto de cerveza y cantó desde allí, en una imagen que selló el espíritu del concierto: cercanía, vulnerabilidad y locura compartida.
Latin Mafia no vino solo a presentar su gira “Aún te odio y te extraño mucho”; vino a recordarnos por qué su música se ha convertido en un fenómeno. Con una propuesta que fusiona R&B, reggaetón, trap, indie y afrobeat, el trío de Guadalajara ha logrado una conexión emocional con millones de oyentes. Su primer álbum, “Todos los días, todo el día”, fue reconocido por Rolling Stone, Billboard, NPR y FADER como uno de los mejores del año, y los llevó a escenarios imponentes como Coachella, Lollapalooza y el Palacio de los Deportes de Ciudad de México.
Esa noche limeña, sin embargo, fue distinta.
No hubo distancia ni artificio: hubo piel, lágrimas y un eco compartido. Latin Mafia nos recordó que sentir con intensidad no está mal, que las penas compartidas pesan menos y que, al final, la música siempre será el camino para sanar.