Soda Stereo, (lucrativas) Imágenes Retro

Reunión con IA agota entradas y plantea cuestionamientos sobre el arte y el negocio.

por Edgar Mandujano

Soda Stereo vuelve a agotar localidades. La banda acaba de sumar una quinta fecha en el Movistar Arena de Buenos Aires comenzando en marzo del 26, tras agotar las anteriores en tiempo récord. Esto ocurre a pesar de que su líder absoluto, vocalista y guitarrista Gustavo Cerati dejó de existir hace ya más de una década. Hoy la expectativa se centra en Ecos, un espectáculo que promete reunir nuevamente a los integrantes originales gracias a la tecnología. Según la producción, no habrá invitados ni reemplazos humanos: serán los tres, aunque Cerati ya no esté.

Lo de ABBA Discovery funciona como referencia. Con el respaldo de Industrial Light & Magic, los suecos se clonaron en versiones juveniles gracias a trajes con sensores que capturaron cada gesto (aunque ver a los maduros Agnetha y Benny enfundados al cohete pareció más un truco de marketing que el principal insumo de sus “ABBA-tars”). El show combina esas animaciones con las voces originales de estudio y una banda en vivo. En el caso de Soda, explica Rolling Stone, el material provendrá de El Último Concierto y Me Verás Volver, tanto en guitarras como en voces de Cerati. Hay otra diferencia: ABBA acompañó el anuncio con un disco nuevo, el primero en 40 años. Soda, en cambio, no mira hacia adelante: se vuelve a instalar en la evocación, esta vez con la ayuda controversial de la IA.

En su libro Yo conozco ese lugar (2016), Zeta Bosio dejó caer una explicación sobre el final de Soda: Luego de Sueño Stereo (1996), Cerati no habría soportado la presión de hacer discos “top”, con la vara siempre en lo más alto. Esa versión ayuda a entender el desgaste, pero provoca una repregunta: si era así, ¿cómo explicar que tras la disolución Cerati mantuviera una carrera solista regular y fecunda, con discos cada tres o cuatro años y giras internacionales de gran despliegue? La respuesta parece estar en la diferencia entre la lógica de la banda —con su maquinaria industrial, sus socios minoritarios y su escala masiva— y la libertad del solista, donde podía explorar sin estar atado a tantas expectativas colectivas.

Lo digo desde la humilde experiencia. Pude ver a Cerati nueve veces en vivo: cinco con Soda y cuatro en su carrera solista. También asistí al espectáculo del Cirque du Soleil y, ya sin él, a Gracias Totales en Lima, en el Estadio Nacional, apenas cinco días antes de que el mundo se cerrara por la pandemia. El fantasma del coronavirus flotaba en las tribunas y la experiencia resultó agridulce: algunos invitados brillaron, otros pasaron desapercibidos, y el abuso de participaciones en video restó fuerza. Si Cerati ya no estaba, y podía aparecer en pantalla, hacía falta mucho más Cerati.

Con Ecos habrá mucho más Cerati. Y ahí está la crux de la cuestión. Cada show del argentino, salvo la reunión de Soda, giraba en torno al nuevo material. Con Soda, con sus discos solistas, siempre hubo canciones recién nacidas, la mitad del repertorio renovado, rescates de deep cuts y puestas en escena distintas. Incluso cuando Dynamo (1992) no fue tan popular, siguió adelante, con la presión o contra ella, siempre hacia adelante.

La paradoja es que, tras la muerte de Cerati, la frustración de Bosio y Alberti de sentirse socios menores se disolvió al convertirse en gestores únicos de la marca, con las utilidades compartidas para los herederos de Gustavo. Con el circo, Gracias Totales y ahora con Ecos, la dupla maneja un catálogo donde el valor de las canciones —en su gran mayoría letra y música de Cerati— crece con el paso de los años. Una love brand cada vez más amada y cada vez más rentable. El ejemplo de The Police, donde Andy Summers y Stewart Copeland han llevado a Sting a juicio por sentirse marginados en los créditos, muestra hasta qué punto esas tensiones se arrastran en tríos icónicos.

El Soda de los hologramas emociona y convoca. Los que venimos de atrás podemos disfrutar al llevar a nuestros hijos a estas actualizaciones, donde las canciones se convierten en patrimonio familiar. Pero no conviene confundir los roles ni la esencia. Bosio y Alberti —competentes, entrañables, hoy también hábiles hombres de negocios— gestionan con éxito un legado. El líder, seguro que más difícil en su trato personal como lo ha descrito Bosio, era otro: el que escribía, componía y nunca dejó de mirar hacia adelante.  

Ecos promete un reencuentro imposible, pero la verdadera alquimia de Cerati fue otra: la de crear futuro cada vez que subía al escenario. (Enrique Chávez)

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