
por Eduardo Bruce Montes de Oca
Las fiestas patrias son motivo de viajes, vacaciones y celebración. Pero también deberían ser un momento de reflexión sobre lo que nos une y lo que nos separa. Abordaremos aquí lo que, quizás, es la causa de nuestra mayor división: el mito de las dos naciones separadas, la incaica, originaria del Perú, y la española, venida de ultramar.
Quienes se identifican con la nación inca lamentan que esa “perfecta sociedad” fuera destruida por el conquistador español, que nos explotó durante casi tres siglos. Mientras tanto, quienes se identifican como descendientes de los españoles sostienen que ellos trajeron civilización y cultura, pero que esta no fue aprovechada, lo que explicaría el atraso que vivimos hoy en el Perú.Estas dos interpretaciones maximalistas y tóxicas de nuestra identidad plantean diferencias aparentemente irreconciliables y son, en gran parte, responsables de la falta de una identidad nacional compartida.
Génesis del mestizaje

El 16 de noviembre de 1532, en la plaza de Cajamarca, las huestes de Francisco Pizarro capturaron al inca Atahualpa, fecha emblemática que marca lo que llamamos la Conquista del Perú. Pero quizás tan importante como la captura del Inca fue el matrimonio de Francisco Pizarro con la ñusta Quispe Sisa. A iniciativa del inca prisionero, su hermana —bautizada como Inés Huaylas Yupanqui— se unió con el conquistador, hecho reconocido por el monarca español Carlos V mediante la Real Cédula del Monzón del 12 de octubre de 1537, la que le reconoce la legitimidad y derechos sucesorios de los hijos de la pareja Francisca y Gonzalo.
Ese fue un hito importante cuya relevancia histórica pocos reconocen. A la usanza europea, Pizarro y Atahualpa intentaron, mediante ese matrimonio, un acercamiento entre las dos naciones en conflicto.
Le siguieron más matrimonios: el de Juan de Betanzos con Cuxirimai Ocllo, Diego de Almagro con Ana Martínez de Chumbivilca, Pedro de Valdivia e Inés Suárez, Sebastián Garcilaso de la Vega y Palla Chimpu Ocllo, entre muchos otros. Los matrimonios entre los miembros de las huestes de Francisco Pizarro y princesas incas fueron un aspecto significativo de la interacción cultural y social durante la conquista del Perú.
Estos matrimonios consolidaron el poder de los extranjeros, les otorgaron legitimidad social y política, y, sobre todo, dieron origen a una fusión cultural que marcó el inicio de una nueva identidad: una mezcla de europeos e indígenas. Así nace el Perú mestizo.
Quizás el matrimonio de Francisco Pizarro con Inés Huaylas debería ser reconocido en los anales de la historia del Perú como la partida de nacimiento de nuestra nación mestiza. Somos una nación mestiza, pero en nuestro imaginario aún no lo reconocemos plenamente
¿Una independencia impuesta?

Un tema que nos ayudaría a entendernos como una sola nación es conocer, con un enfoque menos apasionado, las causas y consecuencias de la independencia del Perú.
El 15 de julio de 1821, el general don José de San Martín ingresó a Lima entre algunas manifestaciones de júbilo, pero sin el fervor popular que correspondería a la llegada del libertador de un pueblo oprimido. Lima, centro del poder y la cultura española en Sudamérica, observaba el proceso independentista con suspicacia y temor.
El Libertador había negociado una toma pacífica de la ciudad, que no ofreció resistencia. El virrey había abandonado la capital con el grueso de su ejército rumbo a la sierra, donde resistiría cómodamente casi cuatro años más. En Lima solo dejó un destacamento de 200 hombres para mantener el orden.
San Martín se dirigió a la municipalidad y ordenó elaborar una lista de ciudadanos notables con el fin de tratar la cuestión de la independencia. Pronto se enviaron invitaciones a un cabildo abierto, al que asistieron unas 340 personas, la élite de la ciudad. Acudieron más por temor a la represalia del Libertador que por auténtica convicción independentista. Ese mismo miedo los llevó a firmar la declaración de independencia, quizás la más breve de todas en la historia.
En efecto, en los libros de actas de la municipalidad —tomo 45, folio 68— consta que, a pedido del general San Martín, se convocó a los ciudadanos notables para expresar su opinión sobre la independencia. Los asistentes declararon:
“Que la voluntad general está decidida por la independencia del Perú de la dominación española y de cualquiera otra extranjera; y que para que se proceda a su sanción por medio del correspondiente juramento, se conteste con copia certificada de esta acta al mismo Señor Excelentísimo”.
Así, con apenas 340 firmas de ciudadanos con escasa o nula convicción, que no representaban a nadie más que a sí mismos, se declaró la independencia del Perú. El acta quedó abierta para que otros ciudadanos también pudieran suscribirla. En los días siguientes, más de tres mil personas lo hicieron, muchas de ellas motivadas más por miedo o por la esperanza de ocupar cargos públicos que por una real convicción patriótica.
Esta crónica proviene del historiador Timothy Anna, quien sostiene que la independencia del Perú, más que conquistada, fue concedida por un ejército extranjero que prácticamente invadió el territorio y nos condujo a una independencia impuesta.
La independencia del Perú no derribó un sistema de explotación de una potencia extranjera. No éramos una nación esclava de un poder dominante de ultramar. Éramos una nación de españoles, criollos, mestizos y habitantes originarios, todos súbditos del Reino de España. Existían nobles peninsulares y locales, entre ellos miembros de la nobleza inca, quienes —si bien perdieron privilegios— mantuvieron presencia y poder en la estructura económica y social del virreinato. Era un sistema con fisuras e injusticias, pero que funcionaba. Éramos un virreinato, no una colonia como las que establecieron las potencias europeas en África o Asia.
Una colonia es un territorio ocupado por una potencia extranjera que somete a su población para extraer riqueza, sin reconocer derechos a los nativos. En cambio, un virreinato es una extensión de una monarquía, donde el rey designa un virrey para representarlo. En el caso del Perú, también los pueblos originarios y sus descendientes eran considerados súbditos. En este contexto, el mestizaje fue generando, poco a poco, un grupo social con creciente influencia.
El virreinato del Perú fue inicialmente hegemónico en Sudamérica, lo que hizo que Lima fuera la ciudad más importante del continente y que se sintiera y comportara como española. Con el tiempo, esa primacía se diluyó con la creación de los virreinatos de Nueva Granada (Colombia, Ecuador, Venezuela y Panamá) y del Río de la Plata (Argentina, Uruguay, Paraguay y Bolivia). Cuando llegaron los vientos de independencia, fuimos los más reacios a ella, por nuestra profunda identificación con la metrópoli peninsular.
Ante esto, caben preguntas que pocas veces nos hacemos durante nuestra educación en historia: ¿Qué cambios trajo la independencia para los distintos sectores sociales del Perú? ¿Cómo cambió la vida de nuestra población originaria? ¿Y la de los esclavos negros? ¿Cómo se redistribuyó el poder político y económico? ¿Quiénes somos realmente?
Nuestra identidad y nuestro futuro
Somos una nación mestiza, producto de la fusión de dos culturas: la incaica y la española. De esa unión surgió una idiosincrasia única que, a menudo, no queremos o no sabemos reconocer. Aquí no hay españoles vencedores ni incas vencidos. Somos, al mismo tiempo, vencedores y vencidos en nuestro devenir histórico. La independencia, un paso necesario e inevitable, fue solo una etapa en la vida de la nación mestiza peruana, nacida ya en tiempos de Francisco Pizarro.
Sigamos adelante, entonces, construyendo sobre lo ya avanzado. Apuntemos a lo alto. Busquemos comprendernos revisando nuestra historia, para entender que el futuro es común y nos pertenece a todos. Elijamos autoridades que puedan guiarnos por un camino de entendimiento, progreso y bienestar.
Reconocer lo que somos nos permitirá elegir mejor a nuestros representantes. Necesitamos políticos que nos representen a todos; no a los que dividen, sino a los que saben construir consensos, incluir en lugar de excluir, y sumar en lugar de destruir. Aquellos que estén dispuestos a continuar lo ya logrado y no a reemplazarlo por utopías huecas.
No caigamos, otra vez, en manos de quienes pretenden derribar un sistema que jamás comprendieron, para reemplazarlo por algo que ni siquiera han empezado a imaginar.
Somos, en esencia, peruanos de verdad. Una sola nación, unitaria y mestiza: Un Perú mestizo.