La noticia del fallecimiento de José Antonio García Belaúnde a los 77 años, en Madrid, cae como un recordatorio de una figura que, sin estridencias, ejerció un verdadero liderazgo de Estado. Canciller del Perú entre 2006 y 2011, “Joselo” supo demostrar que el servicio público no se reduce a marcar tarjeta ni a administrar inercias. Impulsó transformaciones que, sin buscar reflectores, dejaron huella. Su historia personal se entrelaza con los vaivenes del Estado peruano: fue injustamente purgado del servicio diplomático por el régimen de Fujimori, como tantos otros profesionales de carrera. Pero al volver como ministro de Relaciones Exteriores, no buscó revancha. Lejos de ello, trabajó por una reconciliación institucional, fortaleciendo una Cancillería que volviera a mirar al país desde la política exterior, no desde el castigo interno. Esa capacidad de dejar de lado el ajuste de cuentas y pensar en el largo plazo es, precisamente, lo que hoy parece escasear. Su rol en la demanda marítima ante la Corte de La Haya es también elocuente.
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