Carlos Canales es el alcalde al que todos aman odiar. Su paralelo con Dina Boluarte es innegable porque la aceptación de ambos se desplaza aceleradamente a menos cero. No es gratuito. Se trata del peor alcalde que haya tenido Miraflores.
Resulta desconcertante la actitud de los habitantes de ese pobre distrito. Cuando se le intentó revocar el año anterior solo se obtuvo menos de la cuarta parte de la afiliación requerida. Es obvio que debe sentirse respaldado por una mayoría que aparenta observar indiferente cómo va sumiendo todo en el caos.
El último desatino de Canales es desactivar –después de 40 años de funcionamiento ininterrumpido– la Sala Luis Miro Quesada Garland, ahora llamada PLAM (¿?). El pretexto es que no hay recursos. Miente. Una exposición cuesta 30 000 soles aproximadamente y se mantiene durante tres meses. Basta botar a la inútil gerente de cultura para financiar grandes exposiciones en lo que era el espacio más importante de Lima.
El asesinato de la Miró Quesada viene acompañado de la mudanza municipal a un lujoso local en 28 de Julio, en una compra que la Contraloría debe auditar. El edificio original es un patrimonio arquitectónico histórico que ha quedado ruinoso y no hay planes ni para su restauración ni para su ocupación. Debería ser el Museo de Arte Contemporáneo que el Perú tanto reclama, pero sería materia de esperar a un nuevo alcalde… si es que no intenta postularse nuevamente previa aceptación del Congreso.
Mientas tanto Canales anuncia otro delirio. La pileta de Miraflores será renovada con luces y hologramas para hacer un espectáculo –libre de plantas y de las tradicionales palmeras– al ingreso del distrito.
Se necesita de una cierta locura para hacer –y tolerar– tantos disparates.
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