Una esperanza peruana desde el Vaticano

por Eduardo Bruce Montes de Oca

“Quiero agradecer también a todos los hermanos cardenales que me han elegido para ser Sucesor de Pedro y caminar junto a ustedes, como una Iglesia unida […] Queremos ser una Iglesia sinodal, una Iglesia que camina, una Iglesia que busca siempre la paz, que busca siempre la caridad […] Todos podemos caminar juntos hacia esa patria que Dios nos ha preparado. Debemos buscar juntos cómo ser una Iglesia misionera, una Iglesia que construye puentes”

Extracto del  Saludo Urbi et Orbi del Papa León XIV

Resulta difícil no escribir sobre la elección de Robert Prevost como nuevo Papa. ¿Cómo no compartir la alegría de ver a un compatriota convertirse en el líder de la Iglesia Católica? Su historia personal —la de un hombre que conoció de cerca la pobreza en nuestro país y trabajó entre los más necesitados— lo ha marcado profundamente. Tanto, que en su primer saludo como pontífice, León XIV eligió dirigirse en español y dedicar unas palabras afectuosas a los fieles de Chiclayo, la diócesis que fue su hogar pastoral.

El entusiasmo crece cuando se recuerda que estuvo con nosotros durante la pandemia, que eligió ser misionero en el Perú pese a haber nacido en una de las naciones más poderosas del mundo. Hoy, ese mismo hombre ostenta uno de los cargos con mayor proyección moral y simbólica del planeta. Lo visitan presidentes y líderes, lo escuchan millones como guía espiritual, y aun quienes no profesan la fe católica reconocen que buena parte de los valores de la civilización occidental —el respeto, la dignidad humana, la compasión— han sido modelados por la Iglesia que ahora él conduce.

Como era previsible, no han tardado en aparecer interpretaciones desde todos los ángulos del espectro ideológico. Algunos ven en León XIV la continuidad del impulso reformista de Francisco, una Iglesia más inclusiva, dialogante y sensible a los cambios sociales. Otros, en cambio, ven un giro hacia posturas más tradicionales y cerradas, donde desaparezcan de la conversación temas como el matrimonio homosexual o el rol de la mujer en el sacerdocio. Pero entre esos dos extremos, tal vez se está dejando de ver lo más importante: que este Papa peruano representa una oportunidad concreta para iniciar un camino de reconciliación, tanto dentro como fuera de la Iglesia. Un puente entre sensibilidades que, en lugar de confrontarse, podrían escucharse.

Lamentablemente, no todos lo entienden así. Algunos políticos aprovechan la ocasión para defender o atacar causas ajenas al ámbito religioso. Unos reclaman que el entusiasmo por el ascenso de Prevost no distraiga de las críticas a la presidenta Boluarte; otros celebran que el nuevo papa haya sido crítico con el expresidente Fujimori. Incluso hay quienes intentan atar su figura a polémicas como la del Sodalicio. Pero reducir su elección a esas disputas locales es mezquino, y le resta profundidad al momento que vivimos.

Lo central está en su primer mensaje. León XIV habló de una Iglesia sinodal, que “camina junta” y se mantiene cercana a quienes sufren. Con esas palabras, no sólo confirmó su sintonía con Francisco, sino que reiteró su voluntad de mantener una Iglesia abierta al diálogo, a la caridad, a la escucha mutua. Una Iglesia donde el protagonismo no sea exclusivo del clero, sino de todo el Pueblo de Dios.

Lo sinodalidad, como concepto, no es solo una forma de gobernanza eclesial. Es una invitación a repensar cómo convivimos dentro de la comunidad creyente. Impulsa decisiones compartidas, fomenta la diversidad de opiniones y permite que la Iglesia se adapte pastoralmente a contextos culturales diversos, sin quebrar la base doctrinal. No se trata de romper con la tradición, sino de ensanchar el espacio para que entren más voces.

Temas como el matrimonio homosexual o la ordenación de mujeres no han sido aprobados, pero tampoco silenciados. La sinodalidad no los resuelve por decreto, sino que propone que sean parte del diálogo eclesial. ¿Cómo acompañar mejor a las personas homosexuales? ¿Qué lugar merecen las mujeres en el liderazgo pastoral? Preguntas como esas ya no se cierran en despachos vaticanos, sino que se abren a toda la comunidad eclesial.

En el fondo, no se trata de que Francisco haya estado “a favor” o “en contra” de ciertos cambios, ni que León XIV venga a desandar o acelerar su camino. Se trata de comprender que el verdadero avance está en el gesto mismo de escuchar, en atreverse a dialogar sin miedo. Aquí no ha ganado un bando sobre otro. Ha ganado una visión más abierta, más humana, que nos llama —a todos— a estar a la altura del tiempo que vivimos. Y eso, venga de Roma o de Chiclayo, es motivo de esperanza.

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