La noticia llegó entre aplausos y silencios en Omaha: Warren Buffett, el inversor más influyente de las últimas décadas, confirmó que cederá la dirección ejecutiva de Berkshire Hathaway a su heredero designado, Greg Abel, a finales de este año. El anuncio, realizado durante la asamblea anual de accionistas de la firma, marca el cierre formal de una era.
Buffett, de 93 años, es mucho más que un multimillonario: fue el artífice de una filosofía de inversión que desafió modas bursátiles, crisis globales y revoluciones tecnológicas. Desde su histórica compra de acciones de Coca-Cola en los años 80 hasta sus silenciosas apuestas en Apple o Chevron, construyó un imperio valorado en más de 900 mil millones de dólares, basado en paciencia, análisis profundo y confianza en el crecimiento a largo plazo.
Su legado no es solo financiero. Es también simbólico. En plena era de algoritmos, criptomonedas y volatilidad digital, Buffett siguió escribiendo sus cartas anuales con máquina de escribir y defendiendo una ética de inversión que premia el sentido común por encima del oportunismo.
Y sin embargo, hasta los símbolos deben pasar página.
Greg Abel: el delfín que toma el timón
Greg Abel, actual vicepresidente de operaciones no aseguradoras, asumirá oficialmente el mando de Berkshire Hathaway. Canadiense, reservado y metódico, Abel ha sido formado bajo el ala de Buffett durante más de una década. Su perfil es el de un gestor más técnico que carismático, pero cuenta con la plena confianza del consejo directivo y del propio Buffett, quien desde 2021 ya lo mencionaba como sucesor.
El cambio ocurre en un contexto estratégico: Berkshire acumula una reserva récord de liquidez de 347.700 millones de dólares, una clara señal de preparación frente a un entorno de alta incertidumbre global. Con el mercado laboral norteamericano mostrando grietas, la inflación aún por encima de lo esperado y nuevas fricciones comerciales, la transición no será en terreno firme.
Fin de ciclo y señales de época
En su discurso, Buffett también fue crítico de la actual política arancelaria de EE.UU., advirtiendo sobre su impacto en la competitividad empresarial y en la estabilidad del mercado. No es un gesto menor: el mismo hombre que confió siempre en la “grandeza fundamental de América” ahora advierte sobre su desvío proteccionista.
La salida de Buffett no es solo el retiro de un ejecutivo. Es el punto final de una narrativa del capitalismo clásico estadounidense, una en la que el éxito se construía desde la provincia, con libros de contabilidad, socios leales y decisiones sin prisa.
Lo que viene ahora es otra historia. Y no está escrita en Omaha.