Tras el fallecimiento del Papa Francisco a los 88 años, la Iglesia Católica entra en un periodo conocido como sede vacante, durante el cual se preparan tanto el funeral como la elección de un nuevo pontífice. Este proceso, profundamente arraigado en la tradición vaticana, es liderado por el Colegio Cardenalicio y supervisado inicialmente por el Camarlengo, encargado de certificar oficialmente la muerte del Papa.
Francisco había dispuesto cambios en las ceremonias funerarias, optando por un rito más austero. Será el primer Papa en más de un siglo en ser sepultado fuera del Vaticano, específicamente en la Basílica de Santa María la Mayor en Roma. También renunció al uso del tradicional catafalco para su exposición pública.
Una vez finalizado el funeral y concluido el período de duelo de nueve días (novemdiales), el Vaticano convocará al cónclave, el evento en el que los cardenales menores de 80 años —actualmente 138 con derecho a voto— se reunirán a puerta cerrada en la Capilla Sixtina para elegir al próximo Papa. La votación se realiza en secreto y continúa hasta que uno de los candidatos reciba al menos dos tercios de los votos. El mundo sabrá que hay nuevo pontífice cuando del techo de la capilla emerja la tradicional fumata blanca.
Aunque, en teoría, cualquier hombre católico bautizado podría ser elegido Papa, en la práctica los cardenales suelen elegir a uno de sus pares. La elección de Francisco en 2013 marcó un hito, al ser el primer pontífice latinoamericano, pero la historia muestra una fuerte tendencia hacia candidatos europeos, especialmente italianos.