La semana que pasó dejó más que cifras en los mercados: desató una tormenta de interpretaciones entre analistas, operadores y comentaristas financieros de todo el mundo. ¿Qué pretende realmente el nuevo presidente de los Estados Unidos al aplicar una oleada de aranceles generalizados, que en algunos casos llegan hasta el 50%?
El veredicto inmediato: Trump ha dinamitado la globalización, con una vuelta al aislacionismo que muchos califican de fanático. Pero más allá del escándalo, conviene observar los hechos concretos. Hoy, EE.UU. aplica una tarifa general del 10% a prácticamente todos los países, un arancel del 25% a los fabricantes de automóviles que exportan a su territorio y sanciones espejo del 50% en casos de reciprocidad desigual.
En palabras simples, si un país impone un arancel del 20% a un producto estadounidense, Washington responde con un 10% al mismo producto. Una política de confrontación comercial que, vista en frío, busca castigar décadas de ventajas obtenidas por naciones que aprovecharon la permisividad americana.
Trump fue elegido como un candidato disruptivo. Prometió reducir el déficit comercial y el gigantesco endeudamiento público, dos bombas de tiempo reconocidas incluso por la propia Reserva Federal. Su receta: reindustrializar Estados Unidos, proteger la producción interna con aranceles y forzar a la Fed a bajar tasas de interés para licuar deuda mediante inflación.
Pero aquí viene la paradoja: más aranceles significan productos importados más caros. Y en una economía aún frágil, eso puede empujar a la Fed a hacer justo lo contrario—subir tasas para contener precios. ¿Contradicción o cálculo frío?
Trump sabe lo que hace, aseguran algunos. A los dos días de los nuevos aranceles, Vietnam, Camboya e Indonesia—economías exportadoras por excelencia—ya estaban negociando para eliminar tarifas a productos estadounidenses. A cambio, EE.UU. se comprometería a bajar sus propias tasas a esos países. ¿Coerción? Tal vez. ¿Eficacia? Indiscutible.
¿Y quién puede lanzar la primera piedra? Europa, Japón y, en especial, China han mantenido aranceles altos a productos estadounidenses mientras inundaban el mercado norteamericano con manufactura barata. Trump simplemente devuelve el golpe. Desde su óptica, no es más que justicia económica.
Ahora bien, el estilo vaquero del presidente, con su habitual dosis de arrogancia, sigue chocando con los códigos diplomáticos europeos. Y, claro, no todo es controlable: un endurecimiento comercial puede traducirse en recesión. Trump lo sabe y no lo oculta. Lo llama “período de transición”, y no le teme si sirve a su objetivo final: un dólar débil y una economía más barata de financiar.
Pero el verdadero comodín es la Fed. ¿Recortará tasas si Wall Street se tambalea? ¿Soportará la presión política? Recordemos que millones de estadounidenses tienen sus fondos de retiro invertidos en acciones. Un desplome bursátil no es solo un titular: es una crisis doméstica.
Al final del día, Trump busca reciprocidad comercial y un dólar menos fuerte. ¿Lo logrará? Nadie lo sabe. Pero mientras tanto, el mundo financiero asiste al espectáculo con atención, y con la canchita lista.
Saverio Berlinzani, ActivTrades.
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