Cristóbal no es un místico, se parece más a un oráculo cargado de revelaciones. El protagonista de la novela epónima, sus personajes sucedáneos y la climática que lo rodea constituye un corpus que desborda el espacio físico, los universos simbólicos, las formas paródicas y las múltiples capas de significado que explora. En el núcleo de este esoterismo y de sus búsquedas está la identidad peruana, que no se presenta como algo unívoco o homogéneo, es un rompecabezas en el que se reflejan las voces de un país inabarcable.
Más o menos así podría resumirse el debut en la novela que el escritor Gabriel Núñez del Prado (Lima, 1988) acaba de lanzar vía la editorial York Tower Press Marylebone de Londres, ciudad en la que vive hace una década. “Pasé parte de mi infancia en el campo de Arequipa, en una casa sin electricidad donde mis padres me leían mucho de niño. Estudié la primaria en Argentina y terminé la secundaria en Lima. Luego hice el bachillerato internacional en Alemania”, confiesa.
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Y continúa: “Fui a un colegio en las montañas del sur Alemania, después estudié Historia del Arte y Filología entre Alemania e Inglaterra. También estudié bastante latín en la universidad. Leo en siete idiomas y soy muy purista al leer: me gusta hacerlo en el idioma original. Soy filólogo e historiador del arte. Trabajé un tiempo haciendo investigación sobre arte en la casa de subastas Christie’s de Londres y luego en proyectos culturales con galerías. Llevo más de una década en Inglaterra”.
Todo ese background le otorga a su novela una carga simbólica especialmente visible en el protagonista y en personajes como Segismundo y Chouchouï, que operan como signos culturales y catalizadores de una experiencia narrativa que se tensiona dialécticamente. Un concepto muy en línea con procedimientos que transgreden las estructuras narrativas hasta de escritores que el autor admira, como Bryce o Vargas Llosa.
Filosóficamente, el viaje de Cristóbal está marcado por una búsqueda de significado que atraviesa las distintas culturas con las que entra en contacto. La metáfora del laberinto será fundamental para comprender la fragmentación de la identidad y la búsqueda constante de la verdad, porque en los múltiples viajes que establece la novela hay una confrontación interna con sus propias creencias, deseos y miedos, en un proceso de autoconocimiento vinculado a la noción de destino.
Resultan notorias, en ese sentido, sus influencias de la filosofía clásica y de los neoplatónicos. Su predilección por tratados como las Enéadas de Plotino o la Ciudad de Dios de Agustín de Hipona así lo confirman, tanto como haber sido influenciado por San Agustín, Nietzsche, Sartre, Ortega y Gasset. Resulta no menos llamativo que un cuasi nativo digital sienta predilección por escritores dieciochescos como Rosalía de Castro, Enrique Larreta o José Díez Canseco. O por otros cuyo rastro se pierde en la noche de los tiempos, como el virreinal Lorenzo de las Llamosas.
En cualquier caso, se trata de un destello furtivo en la penumbra que gobierna el mercado. No busca reflectores ni quiere protagonizar escaparates. De rebeldía callada, como esa hoja que cae al suelo sin pedir permiso al árbol: he ahí lo inesperado, lo incómodo, lo que desborda las vitrinas del mainstream. Palabras que bailan desnudas libres de artificio. Polvo en las esquinas, sol que agoniza entre las grietas de una pared. Narrada desde la carne y el hueso, desde el temblor de quien escribe sin certezas: solo con la urgencia de existir.
Ficha técnica:
Título: Cristóbal.
Editorial: York Tower Press Marylebone.
Ciudad: Londres.
Año: 2024.
Páginas: 450.