El cine peruano ha abordado pocas veces los primeros años de la década del 90, esos de aguda crisis económica y violencia inusitada. Son menos las historias enmarcadas en la clase media asentada en distritos pudientes de Lima, un sector que, como otros, resultó golpeado por los embates del Fujishock y la amenaza subversiva. Entre esas películas podríamos contar a la desafortunada “Tarata” (2008) de Fabrizio Aguilar, y a la menos conocida, pero de mayor interés, “Gen Hi8” (2017) de Miguel Miyahira, para hoy sumar a “Reinas”, de la cineasta peruano-suiza Klaudia Reynicke. Un título que, luego de su paso exitoso por los festivales de Sundance, Berlín (donde fue galardonada con el premio a Mejor película de la sección Generation Kplus), Locarno y Lima (en los que muy recientemente se llevó el Premio del público y al Mejor guion, respectivamente), acaba de estrenarse en salas comerciales.
Solo al empezar, la película rinde un evidente tributo a “Metal y melancolía” (1994), el gran documental de Heddy Honigmann que recogió, precisamente, la desazón de aquellos profesionales convertidos en conductores de taxis destartalados debido al desempleo y a la escasez. Así, sentimos que Carlos, el personaje interpretado por Gonzalo Molina en “Reinas”, pudo pertenecer a ese grupo de choferes que, con tristeza en la mirada y alguna eventual sonrisa, confesaron sus preocupaciones ante la cámara de Honnigmann. Por ello, si bien son esas hijas a las que apenas visita (Abril Gjurinovic y Luana Vega) las que protagonizan, en primer lugar, el duelo por la partida del país junto a su madre (Jimena Lindo), es él quien mejor retrata el complejo estado mental de una clase social que vio desterrado su futuro, entre la estupefacción frente a la violencia y la vergüenza por no lograr surgir. La inclusión de ese personaje, como una suerte de breve estudio social y psicológico, ya es un mérito en sí mismo, y todo un acierto del guion, escrito por la directora junto a Diego Vega.
“Reinas” también logra mantener un equilibrio del tono emotivo. Las situaciones, muchas veces, se ven atravesadas por pinceladas de humor; las que, sumadas a las actuaciones y a la fotografía de Diego Romero, que no busca el preciosismo, consigue un conjunto que se aleja de las trampas sentimentales.
Ahora, hay que decir que, cerca al desenlace, la película trastabilla al ilustrar, enfáticamente, el clima violento de esos años, cuando previamente, las sugerencias -que no solo se remiten a los diálogos (incluso, hay una escena en que un charco de sangre aparece en un ambiente de trabajo)- ya habían conseguido transmitir perturbación. No obstante ese traspié, “Reinas” es un título valioso que merece verse.