Tiendas que venden objetos que pueden llegar a costar varios sueldos, diseñadores con
apariciones mediáticas en las que puede ser complicado entender lo que dicen, palabras
como “estilo”, “tendencia” y, la que a mí más me produce rechazo “instagrameable”.
Todo esto parece sumar a la sensación de que el diseño de interiores es, en primer lugar,
un lujo y, en segundo lugar, algo superficial y poco relacionado con nuestras vidas
diarias. Nada menos cierto.
Vale decir que el diseño de interiores es mucho más que simplemente decorar un
espacio para que luzca bonito. En realidad, cumple un rol fundamental en nuestro
bienestar y calidad de vida. Preocuparnos por la luz, los colores, los materiales y los
objetos al interior de los espacios que habitamos puede mejorar nuestra productividad,
estado de ánimo, salud e incluso nuestras relaciones interpersonales.
El diseño de interiores optimiza la funcionalidad de los espacios. A través de una
distribución inteligente, la correcta elección de mobiliario y un flujo de circulación
eficiente, se crean ambientes que facilitan nuestras actividades diarias. Cambios en el
espacio que nos permitan no tropezarnos con las cosas, no perder mucho tiempo
limpiando, tener espacios iluminados, van a mejorar cómo nos sentimos y cómo
hacemos las cosas.
Esto, además, influye en nuestro bienestar físico y mental. Durante el aislamiento
social, cuando mucho tuvimos que migrar al trabajo remoto, tuvimos que aprender a
adecuar nuestros espacios en este sentido. Aprendimos en nuestro día a día que factores
como la iluminación, ventilación, o acústica pueden prevenir problemas de salud y
reducir el estrés.
El diseño interior también maximiza el aprovechamiento de los espacios disponibles
mediante soluciones creativas de almacenamiento, multifuncionalidad y flexibilidad.
Esto es especialmente valioso en viviendas pequeñas o con limitaciones arquitectónicas.
Finalmente, el diseño de interiores permite crear espacios atractivos y acogedores que
reflejan el estilo y personalidad de sus habitantes. Las cosas que guardamos y cómo las
colocamos hablan de nosotros mismos, tanto como la ropa que ponemos y nuestra
forma de hablar. No por nada, el pintor y diseñador F. Hundertwasser decía que nuestras
casas son nuestra tercera piel. Cuidarla, entonces, no es sólo un capricho y no debería
estar limitada a quienes cuentan con un alto presupuesto.