Después de “La última tarde” (2016), el director Joel Calero vuelve, con “La piel más temida”, a preguntarse sobre la época de violencia que asoló nuestro país, a través de protagonistas que miran hacia esos años para obtener respuestas sobre sus vidas. Además del trasfondo temático, su nueva película comparte con “La última tarde”, el perfilado de sus personajes —los hombres de ese pasado provienen de un estrato social bajo o muy empobrecido, a la vez que se muestran duros e inflexibles; mientras las mujeres son de familias adineradas limeñas o de provincia, cuya mirada sobre esos días es de no reconocimiento de ellas mismas, o de desdén absoluto—; sin embargo, el abordaje elegido por el cineasta, esta vez, es muy distinto.
Lo que funcionaba en “La última tarde” era el acercamiento íntimo, en que los conflictos se deslizaban entre esas largas conversaciones captadas en sostenidos two shots y a través de planos-secuencia que permitían ver qué gatillaba, en el otro, cada frase y gesto. La fotografía en clave fría reforzaba el foco en sus protagonistas (Katerina D’Onofrio y Lucho Cáceres), y la importancia de aquello que decían, pero también cómo lo hacían y en qué momento callaban.
En cambio, “La piel más temida” se aleja de lo conversacional, para proponerse como un drama contenido en el que los silencios deben importan más que cualquier diálogo pronunciado. Pero esta apuesta no encuentra lugar en el desempeño de Juana Burga, quien no consigue transmitir la turbación frente al descubrimiento de sus raíces. Su capacidad actoral se ve aún más reducida cuando comparte escena con María Luque o Amiel Cayo quienes, en conjunto, logran los mejores momentos de la película. Curiosamente, en ellos se retoma la intimidad compartida de “La última tarde”, terreno en el que Calero se desenvuelve con soltura y convicción.
Otro aspecto insatisfactorio tiene que ver con el guion. La cinta deambula entre falsos finales y, si bien acopia algunas imágenes bellas, no consigue resolverse con solidez.
Dicho esto, y más allá de la polémica, es necesario volver a la discusión de lo cinematográfico. Y, en esa valoración, “La piel más temida” no logra convencer.