Tal como el Oscar para las películas, los edificios y las intervenciones urbanas también tienen premios. Como en el Oscar, algunos premios ven aspectos específicos de la intervención, como la iluminación o los acabados. Del mismo modo, muchos de los premios responden no sólo a criterios arquitectónicos, sino también a voluntades políticas o incluso a concursos de popularidad.
El premio Pritzker, o Pritzker Architecture Prize, busca honrar a arquitectos vivos cuyo trabajo construido demuestra una combinación de aquellas cualidades de talento, visión y compromiso que han producido contribuciones consistentes y significativas a la humanidad y al entorno construido a través del arte de la arquitectura. Es, posiblemente, el premio más conocido y difundido en esta parte del mundo desde su establecimiento en 1979.
Tanto como la persona que lo gana, siempre son muy interesantes las razones por las que el premio es otorgado. Estas nos dan una luz frente a las prioridades y a las preocupaciones de quienes otorgan el premio que, muchas veces, nos dan una luz sobre qué es buena arquitectura.
Este año el ganador es el japonés Riken Yamamoto. En el veredicto, el jurado destacó cómo él “ha logrado producir arquitectura como fondo y primer plano de la vida cotidiana, desdibujando los límites entre sus dimensiones pública y privada y multiplicando las oportunidades para que las personas se encuentren espontáneamente”.
La idea principal del jurado no se refiere a la forma de los edificios, ni de la sostenibilidad de estos (factores que sí se han destacado en otras ediciones del premio), sino que coloca a las personas en el centro de la apreciación de lo construido. Estos edificios no son valorados sólo porque existen, sino, sobre todo, porque dejan existir. La vida cotidiana, es decir, lo que las personas hacemos y el modo en el que lo hacemos, es la protagonista de una arquitectura que permite estas oportunidades de encuentro.
En ciudades en las que estamos acostumbrados a los muros macizos, a las puertas cerradas y a que nos pidan el DNI incluso para entrar a lugares que dicen ser públicos, reconocer el rol de la arquitectura – y del espacio público – en la experiencia humana de encuentro, y más aún, de encuentro espontáneo, no planificado, desordenado, tal vez, me parece especialmente significativo. A pesar de los retos que nos trae la inseguridad, la arquitectura siempre puede ser una aliada que ayude a la conexión entre las personas a través de sus espacios y lo que estos nos pueden permitir hacer.