Para muchas personas, y me incluyo, El juego bonito (The Beutiful game), la película británica que hace unos días estrenó Netflix, es el descubrimiento de un evento de la vida real en el que se basa la cinta: la Copa Mundial de Personas sin Hogar, un torneo anual de fútbol que reúne a jugadores desplazados o desposeídos de casi 50 países, que no solo juegan por un trofeo sino por una segunda oportunidad de vivir.
Ya ese solo hecho hace que la película valga la pena. Saber que existe una Copa Mundial de personas sin hogar ¿Por qué el Perú nunca ha participado? ¿O si lo ha hecho y no nos hemos enterado? Difícil en estos tiempos. Pero volvamos a la cinta que se basa en las historias de varios jugadores que han participado en este torneo y que han dado su testimonio de cómo pudieron aprovechar esta segunda oportunidad para cambiar su vida.
La cinta se centra, casi totalmente, en un solo equipo (Inglaterra, por supuesto), aunque vemos tambien algunos dramas de otros equipos. La historia sigue a Mal Bradley, interpretado por un entrañable Bill Nighy que ha sido un famoso reclutador de grandes estrellas del West Ham United y que ahora se dedica a entrenar al equipo de indigentes de Inglaterra que está a punto de viajar a Roma para este mundial tan especial y cuando tiene a su equipo prácticamente completo, ve a un joven (Vinny) que irrumpe en un partido de fútbol infantil en un parque de Londres y reconoce el gran talento de un delantero. Le hace la propuesta de unirse a su equipo, algo que, de entrada, no le hace ninguna gracia, pero Vinny termina aceptando.
El juego bonito no es solo una película que habla de fútbol, también lo hace de la importancia de saber trabajar en equipo.