Este melodrama es el canto de cisne de un paradigma de amor romántico que está dejando de existir. En tiempos de amor líquido, fugaz, esporádico, anónimo, lo que vemos en las tablas del legendario Teatro Marsano, es el adiós a una construcción de las relaciones amorosas que apelaban a los juramentos y promesas para creer en ellas mismas. Es la complaciente historia de esta pareja de infieles que gozan serenamente de sus traiciones con la comodidad que les ofrece la narrativa de estar amándose en circulares ceremonias anuales. Bajo este concepto de alevosía romantizada, como un pacto de deslealtad permanente, sin culpa, lo que se cuenta es la conspiración de un dueto que ha asumido que lo suyo puede tener aspiraciones de permanencia mientras pasan, a la vez, sus propias vidas familiares, al parecer, con resignación del afecto doméstico y real.
Por eso, sus encuentros anuales, además de la celebración de la pasión, son muestras de dos desertores de la infelicidad. En ese breve espacio y tiempo que están inseparables, simulan alcanzar alguna forma de dicha, que entienden es dosis suficiente para tolerar sus desventuradas vidas cotidianas y, a la vez, develan signos claros de su propia cobardía para definir su futuro conjunto. Ante esa incapacidad de atreverse a dejarse llevar por su embriaguez de amor, vuelven, a su transitorio éxtasis cíclico, donde se auguran amor ostentosamente e imaginan, jubilosos, la posibilidad de una vida juntos. Sin embargo, acabado el día, son empujados de nuevo a sus planas existencias reales, para, anhelar con esos juramentos ardorosos, el reencuentro futuro.
Por supuesto, pasan décadas de encontronazos furtivos donde se complacen de envejecer mutuamente y, fusionados ya en esa ficción cíclica que comparten, uno de los amantes finalmente no asiste a la cita. Simplemente acababa de morir y, vemos finalmente, a ella, en vana espera, reflexionando, desconsolada, aunque convencida de que lo vivido, a pesar de los daños colaterales, valía la pena.
El final de la puesta de escena pudo haber sido melancólico, serenamente emotivo, señalando el desconsuelo del término inminente de la fábula, sin embargo, el director opta por uno de tono novelesco, de drama popular, donde la sombra del amante fallecido se autoconvoca. Así, el fantasma del ya definitivamente ausente, aparece para jurar amor eterno, y reiterar, con inverosímil ingenuidad, que estará prácticamente para siempre. Entonces el desenlace pierde su fuerza emotiva y tiene visos de broma escénica.
Sin embargo, la pareja Galliani-Chaparro, a pesar de las costuras escénicas de la dirección, le ponen un sincero entusiasmo y conectan muchas veces con un ocurrente y natural manejo de la historia, en la que Chaparro, en algunas escenas, supera a su maestro.
Lugar: Teatro Marsano
Dirección: David Carrillo
Actúan: Connie Chaparro y Sergio Galliani
Funciones de miércoles a sábado a las 8:00 p.m. y domingo a las 7:00 p.m.