Una intensidad que desarma. Ese es el espacio-tiempo que habita el pintor peruano José Luis Carranza. Sumergirse en su exposición La Razón Dormida, que presentará hasta el 14 de enero en el Centro cultural Ccori Wasi (Av. Arequipa 5198), es dar lugar a coincidencias argumentativas implacables: antropomorfos enfrentados, armados, desmembrados; animales iracundos, desproporcionados; y un ruido cromático contorneando la escena. Para esto tuvo una vez más como fuente inagotable de sensaciones al trabajo de su homólogo español Francisco de Goya.
Sobre su ídolo ibérico, dice: “Es inevitable pensar en su pintura cuando te confrontas a los tiempos en los que se vive, el ser humano tiene una terrible atracción por la destrucción, como el volar de una mosca alrededor de la miel”.
Carranza piensa que el “instinto aniquilador genético (de la razón humana) amparado en un aparente éxito evolutivo” nos conduce a “diversos apocalipsis”. “Somos una especie bastante tragicómica”, agrega. Por eso, señala, en esta especie de “panteón personal estético” tiene al miedo como principal combustible”. “Solo quiero ver arder esa gran escenografía y sentir el olor del miedo en grandes bocanadas”, menciona.
También habla sobre los elementos que componen sus pinturas. “La creación de imágenes es una severa obsesión (…) todo es una posible estampa, todo es una posible postal”, indica. Apunta que cada individuo “decodifica la realidad”. En su caso, menciona, “es una especie de lectura errónea, un estadío metastásico, una cornificación enfermiza que está llegando a su punto culminante”. “Ese deterioro progresivo es bello, encuentro peculiarmente poético este extravagante final, no me angustia, todo lo contrario, solo me otorga bríos para continuar con la obra”.
“El pintor va más o menos así, tras la imagen ideal, arruinando pinturas, aprendiendo, destruyendo y creando al mismo tiempo”, enfatiza.
Y respecto a su futuro inmediato, articula una advertencia: “En el próximo invierno me dedicaré a pintar gigantescos paisajes que sean como una inmensa lengua de carne que lo devore todo y lo aniquile, pero además quiero que guarden una convulsa belleza. Quiero que sean legítimos tapices que otorguen placer”.