La detención en Estados Unidos de Alejandro Sánchez, el dueño de la famosa casa de Sarratea que sirvió de ratonera de la corrupción, es un nuevo recordatorio del desastre que atravesó el país a partir del 28 de julio del 2021.
Los avances de las investigaciones confirman lo que ya sabían hace mucho quienes no se pusieron una venda sobre los ojos ni aquellos que se contagiaron de buen salvajismo, primero frente al candidato y luego con el insólito presidente y su corte.
En los 80 se hablaba de pájaros fruteros. Pero lo de Pedro Castillo y cía. fue Populismo Piraña. Ladrones que entraron a robar en mancha, sin miramientos ni disimulo.
Ahora se sabe que hubo coimas para que el congresista Guillermo Bermejo direccione los presupuestos de la Reconstrucción con Cambios. El de las pelotudeces democráticas y los contactos con terroristas locales y las FARC. El que, como lo advirtió CARETAS, sentó reales en el Ministerio de Energía y Minas en la primera parte del gobierno de Castillo y estaba en el primer círculo del poder en el momento del golpe.
Hubo coimas para mantenerse en el puesto de ministro -las pagó Geiner Alvarado con US$50 mil mensuales según Salatiel Marrufo-, y coimas para ascender en la Policía. Coima para hacerse de la presidencia de Petroperú y para sacar obras en el Ministerio de Transportes y Comunicaciones. Coimas para controlar el Fondo Mivivienda. Y Castillo, el que se pavoneaba frente a periodistas complacientes que no se preparó para ser presidente, pasaba el sombrero chotano por donde podía.
No es una sorpresa. En julio de 2022 CARETAS se había referido a una “coimacracia” estatal, ya que la declaración de un colaborador eficaz sobre supuestos sobornos de US$150 mil para designar directores de Salud coincidió con el cambio de 18 de estos puestos.
La respuesta de cajón es que todos robaron, pero de manera asolapada, encubierta. Hasta elegante y “blanca”, como para darle color al discurso identitario. “Ahora nos toca a nosotros”. El cinismo prevaleciente pierde de vista que el Populismo Piraña había llegado para arrasar con el aparato público completo. Primero era el atarante y el bolsiqueo. Luego, a desmontarlo todo. Las puertas, los vidrios y los marcos de las ventanas.
Porque la inestabilidad no se quedó allí. El caos de la corrupción castillista precipitó la rotación incesante dentro del aparato del Estado. Fueron más de 700 funcionarios cambiados en poco menos de un año y medio de destructiva gestión. El récord de 79 ministros y 104 viceministros oculta que detrás estuvieron 456 directores generales -como esos de Salud- en los 19 sectores de gobiernos y sus órganos adscritos. Hay que imaginarse lo que hubiera sido el efecto acumulado de un quinquenio.
No hay un punto de comparación con lo ocurrido desde el retorno de la democracia, período en el que, con diferencias entre los gobiernos, se desarrollaron espacios de profesionalismo y meritocracia en el aparato público. Hoy esa tecnocracia en construcción está cada vez más de retirada.
Entre 2004 y 2019, la pobreza se redujo del 59% al 20% en el Perú, impulsada sobre todo por el crecimiento económico. En cambio, en 2022 más de 600 mil peruanos se integraron a la categoría de “pobres”. Ese mismo año, 401.740 peruanos salieron del país para no retornar más. El cuádruple del año anterior.
Según estimación del Centro de Investigación de Economía y Negocios Globales CIEN-ADEX, el Perú perdió US$2888 millones debido al menor crecimiento económico durante los 16 meses del gobierno de Castillo. A ello se suma la fuga de US$22 mil millones de ahorros, lo que se acerca a la mitad del presupuesto nacional de este año.
La ola expansiva no se detiene. Si bien hay otros factores a tener en cuenta, el sinceramiento del pronóstico de crecimiento del MEF para este año -del 2% al 1.5%, que se reduce a 0.8% para analistas privados como los del IPE- tiene relación directa con el clima de confianza para la inversión, que aún está lejos de recuperarse tras semejante debacle. Sería el menor crecimiento en 20 años.
La era Castillo incluye al gobierno actual, muy impopular administrador de la coyuntura y “razonablemente malo” frente al que lo precedió, y un Congreso que extiende perfectamente la parte piraña del concepto.
¿Cómo influirá el desastre de la era Castillo en el futuro del país?
Hoy la región se juega la timba del outsider. El Perú fue pionero con Fujimori y volvió a hacerlo con Castillo, que llegó a Palacio aupado por la izquierda y el antiestablishment primero, y por el antifujimorismo después.
El trauma de la hiperinflación vacunó al país con la estabilidad macroeconómica, y la dosis ha durado hasta hoy. El autoritarismo y la corrupción del fujimorato nos clavaron otra jeringa bivalente que tuvo, así fuera con ajustadas segundas vueltas, un prolongado efecto.
Por más simbólico que fuera para un sector de la población, pensar que Castillo va a parir otra Presidencia suicida como la de un Antauro Humala resulta, a estas alturas, estrambótico.
La onda que encarnan Milei y Bukele representa una esperanza para un sentimiento de derecha, de arriba y abajo. Uno es el “paleoliberal” que propende una dramática reducción del Estado y el total sometimiento a la mano invisible del mercado, al tiempo de ser ultraconservador en lo social (ojo, Argentina con solo 11 millones más de habitantes que el Perú, tiene casi 4.5 millones de funcionarios públicos mientras que aquí son 1.2 millones). El otro usa la mano dura con la delincuencia y se salta la ley para llevar a cabo su proyecto autoritario. Ya se sabe cómo termina eso.
El Perú carece actualmente de lo que se puede llamar una clase política. La reforma de la gestión pública no existe en el debate. Pero, dada nuestra historia reciente de vacunación nacional, ¿quizá podemos creer que Castillo nos inoculará algo de sensatez, así sea por un período limitado?