Cuando Juan Carrasco Millones fue presentado como ministro del Interior en el primer Gabinete del gobierno de Pedro Castillo, tres anillos de seguridad de su entorno se activaron para seguirle la pista. Primero se hicieron llamadas a periodistas de Chiclayo, donde Carrasco había sido fiscal provincial especializado en delitos de crimen organizado. Uno de los primeros en ser contactado fue Carlos Cabrejos, quien goza de una larga trayectoria en el oficio y es actual director del diario La Verdad.
Según cuenta Cabrejos, el entonces coronel Freddy del Carpio —uno de los oficiales investigados durante la pandemia por la presunta adquisición sobrevalorada de raciones y equipos de seguridad contra el Covid-19 y quien ahora es general encargado de la macroregión policial de Ancash— le explicó, por medio del teléfono del suboficial López, que llegó hasta Lambayeque a buscarlo, puesto que desde la Palacio de Gobierno querían saber más sobre el exfiscal Carrasco Millones, que ahora tenía un portafolio importante, el cuál, le confesaron, siempre según la versión de Cabrejos, había trabajado Perú Libre desde la campaña.

En esta introducción, Del Carpio le habría dicho a Cabrejos que estaban, además, enterados de la existencia de unos equipos de interceptación ilegal, que supuestamente tenía Carrasco Millones y, finalmente, le explicaron al periodista que, al no conocer al nuevo ministro, necesitaban toda la información posible y lo invitaron a Lima a conversar con una persona más. Algo así como el segundo anillo de seguridad. Se trataba de la inteligencia presidencial en acción.
Ya en Lima, Cabrejos, un reportero que ha desarrollado varias investigaciones periodísticas sobre el trabajo fiscal de Carrasco, se reunió con el hasta ahora asesor de Pedro Castillo, Beder Camacho. Para ese encuentro en la Oficina de Atención al Ciudadano, que Camacho niega haber sostenido, el periodista llegó acompañado del exteniente de la PNP Rubén Fernández y una persona más llamada Saúl Gonzales. Tenían toda la información solicitada en un USB.
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“¿Están en capacidad de repetir esto frente al presidente, incluso de enfrentar a Carrasco?”, habría preguntado Camacho para luego confirmarles la reunión al día siguiente con el congresista chotano Américo Gonza, quien ha trabajado bajo las órdenes de Camacho en la Oficina de Atención al Ciudadano de Palacio de Gobierno antes de ocupar su curul y pertenece al anillo más cercano al presidente. Según cuenta Cabrejos, se reunieron en el Club Chotano. La conclusión en las tres conversaciones habría sido clara: Carrasco Millones no era conveniente en el entorno de Pedro Castillo. Lo decían los chiclayanos más informados y los detalles de esa investigación debían servir para persuadirlo. Pero eso no pasó.
El fiscal mediático
Los periodistas en el norte del país habían pasado por dos marcadas etapas en su relación con Juan Carrasco Millones. La primera se desarrolló casi como un romance secreto: Carrasco llamaba a la prensa y filtraba información sin que revelaran su identidad como fuente. Datos, documentos y testimonios, supuestamente fidedignos, sobre los casos que él investigaba en su despacho especializado en crimen organizado. Walter Serquén, periodista del diario Correo, lo describe así: “A Carrasco le gustaba buscar el protagonismo. Iba del protagonismo al figuretismo [en los operativos]”.
Por su parte, Cabrejos confiesa: “Tanto era su poder frente a los periodistas que nos buscaba para que le solucionemos temas personales, que informemos en nuestros medios que la municipalidad, por ejemplo, no limpiaba la esquina de su casa”. La prensa confiaba en el fiscal Carrasco e informaba a ojos cerrados: “Nadie le cuestionaba nada. Si había una detención, la información salía en todos los diarios locales y, de acuerdo a la cercanía con ellos, Carrasco pasaba detalles de la disposición judicial o del pedido fiscal. “A Juan Carrasco siempre le ha gustado el show mediático y era el único que declaraba y poco a poco dominó a la Fiscalía, la policía y hasta las autoridades políticas”, comenta el director de La Verdad. El romance, sin embargo, se fue apagando.

Serquén explica en detalle: “Con el tiempo veíamos que todo el alboroto solo era eso, que no había penas que justificaran los operativos. Los casos se dormían en el camino, terminaban en liberaciones o entrega de beneficios. Y eran, al final, acuerdos entre los abogados y el Ministerio Público”. Así como daba mucha información sobre algunos casos como el de la azucarera Tumán y Edwin Oviedo, supuestamente involucrado incluso en la muerte de dos personas, Carrasco tenía una agenda silenciosa. La prensa le pedía datos sobre otros temas como el de los crímenes por el control de la Azucarera Pucalá, pero, sutilmente, el fiscal no los daba. No daba información, ni una palabra.
Poco a poco, según cuentan los periodistas, se fue descubriendo su modus operandi: Carrasco, quien tenía fama de ser implacable, en ciertos casos, era flexible con colaboradores eficaces (otorgaba beneficios premiales e incluso señalando a personas inocentes a partir de los testimonios, como ocurrió con el emblemático caso del asesinato del auditor de la Sunat, Luis Roberto Cieza Herrera). Lo mismo sucedió en casos de organizaciones criminales apodadas como El Imperio del Mal, Los Wachiturros de Tumán, la Hermandad del Norte, El Escuadrón de la Muerte o los Temerarios del Crimen.

Esta información ha sido entregada a las personas del primer círculo de confianza de Castillo, al máximo detalle a través de videos, testimonios y documentos. Sin embargo, el presidente, después de nombrarlo ministro del Interior, lo ha recibido 35 veces en Palacio de Gobierno, solo entre agosto y febrero, y lo ha premiado constantemente con cargos tan importantes como el de ministro de Defensa y luego viceministro de Justicia y presidente de la Comisión de Gracias Presidenciales. Es, según la delatora Karelím López, el ministro que había ofrecido darle una consultoría bien remunerada en el sector Defensa a Bruno Pacheco a cambio de su silencio.