Para mucha gente, Eduardo Cesti era Gamboa, algo que a él nunca terminó de gustarle, pues antes y después de ese personaje, había hecho muchos otros, tanto en teatro, cine y televisión, pero la gente lo seguía llamando por el nombre de ese detective al que dio vida, al punto que muchos de los titulares en los que anunciaron su fallecimiento la semana pasada, decían: “Murió Gamboa”
Tengo una anécdota al respecto: Eran los 80 y no había canales de cable y menos aún, plataformas como Netflix. Las ficciones que nos llegaban de afuera, lo hacían a través de la televisión abierta y, la mayoría de series, por alguna razón, eran policiales. Los héroes de la pantalla chica eran, cuando no, de Estados Unidos: Starsky & Hutch, Kojac, Baretta y Columbo, entre otros, mientras que aquí en el Perú, sólo se hacían telenovelas, hasta que Lucho Llosa (antes de Carmín), incursionó en ese género y así llegó Gamboa, protagonizada por Eduardo Cesti.
La serie fue todo un suceso, al tal punto, que se tuvieron que hacer lo que hoy llamaríamos otras ‘temporadas’ y Cesti se convirtió en un ídolo, algo que nunca llegó a asimilar del todo. Yo era una ‘pulpina’ que comenzaba en el periodismo y me tocó entrevistarlo. Lucho Llosa me había advertido que si lo agarraba de mal humor, podía pararse e irse a la mitad de la charla, así que fui un poco nerviosa. Cuando lo tuve en frente, fue peor: no era un hombre de sonrisa fácil; en realidad, no era una persona fácil, pero le hizo gracia que le contara que el Judas que se había quedado en mi cabeza para siempre, era uno que él interpretó en una producción peruana sobre la Pasión de Cristo (antes se hacían también versiones nacionales), y que vi cuando era muy, muy pequeña y que me impactó tanto, que hasta planeaba hacer una tesis sobre él.
Me dijo que a él también lo había marcado mucho. Aquel Judas no traicionaba a Jesús, sino que hacía lo que pensó era su misión, por lo que cuando su Maestro muere, queda totalmente confundido, al extremo que decide suicidarse. Entonces nos enfrascamos en una larga conversación sobre lo fácil que es para la gente juzgar, especialmente, cuando se necesita algún culpable, como en el caso de la muerte de Jesús. A Gamboa lo tocamos poco, solo por la coyuntura y eso le gustó más.
Después vinieron muchas otras entrevistas y él siempre recordaba mi fascinación por Judas, a causa de aquella interpretación que él hizo y que ya ni siquiera figura en su filmografía, a pesar de que fue un papel importante para él, por lo que cuando alguien nos escuchaba hablar del tema (que retomábamos cada vez que nos veíamos como si lo hubiéramos hablado el día anterior), no entendía nada y yo sentía que era parte de un código secreto entre los dos.
Él no había dejado de leer libros sobre Judas Iscariote (yo tampoco), sobre todo aquellos textos en los que lo reivindicaban, incluyendo uno de Jorge Luis Borges que me recomendó, así llegamos a la conclusión de que, efectivamente, Judas no había sido un traidor, como todos aseguraban, sino que simplemente cumplió con la misión que le había sido encomendada como queda perfectamente claro en el pasaje de la Biblia en el que Jesús le dice: “Anda y haz lo que tienes que hacer”. Y que probablemente esperaba que en el momento de la captura ocurra algo extraordinario que terminara por convencer a todos de que Jesús era Dios. “Estoy seguro que nunca entendió qué pasó, por eso terminó ahorcándose”, me dijo una vez, con esa voz maravillosa que hacía que cualquier frase tuviera un peso especial.
Pasaron los años y siempre que se quejaba de cómo no se había podido quitar de encima a Gamboa, me decía. “Tú debes ser la única para la que no soy Gamboa, sino Judas” y soltaba una carcajada. No era un hombre de sonrisa fácil, decía al comienzo, pero tuve el privilegio de que me dedicara muchas sonrisas, incluso cuando me cruzaba con él en alguna calle de Lima, algo que sucedía con inusitada frecuencia.
Sensible como pocos, lo único que deseaba hasta el final de sus días fue volver a actuar. Era eso lo que lo alimentaba, era eso lo que lo hacía más feliz. Claro que fuiste Gamboa, Judas y mil personajes más, pero sobre todo, fuiste Eduardo Cesti, un extraordinario ser humano. Descansa en paz, maestro.