Yo terminaría con este ruego: no me crean. No me crean. Vean mi libro sin prejuicios y fórmense su propia opinión. Ojalá haya acertado en algunas de las cosas que he dicho pero, por favor, no me crean”. Sugerente recomendación del Nobel Mario Vargas Llosa que el martes 8 de octubre presentó en la Casa de América de Madrid su última novela: Tiempos recios.
A dos días de la publicación de su columna en el diario español El País, Del desorden a la libertad, en la que opina sin un ápice de duda sobre la constitucionalidad de la decisión de cerrar el Congreso peruano, Vargas Llosa se esforzó desde la primera pregunta por centrarse en su novela: “No quiero que esta conferencia (…) se vuelva una conferencia sobre temas políticos”.
Sin embargo, hablar de un libro “que es una conversación con el presente” (tal como lo señaló en su introducción Pilar Reyes) condujo a la reiteración pública de lo escrito (adjetivos incluidos) por su yo político: “(…) apoyo absolutamente al presidente Vizcarra en la clausura del Congreso que ha hecho bien cerrando ese Congreso que era una vergüenza. Un Congreso de semianalfabetos y pillos (…)”. Certezas en materia constitucional –que en el país todavía se discuten jurídicamente– y que contrastan con las dudas que como escritor alberga todavía frente a cada publicación: “Yo me siento más inseguro ahora que cuando escribí mi primera novela o mis primeros cuentos. Yo no sé si es el temor de desilusionar ahora al público que uno ya sabe que ya tiene (…) pero yo nunca he estado seguro a la hora de ponerme a escribir.
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Al contrario, creo que la inseguridad, las vacilaciones, esa especie de temor a no conseguir, digamos, aquello que uno se ha propuesto son mucho mayores que cuando empecé”. Tiempos recios (el nombre, además de un título literario, es una buena metáfora de los momentos actuales), se sitúa en la Guatemala de los cincuentas y entrelaza historias, conspiraciones y personajes en torno a la llegada al poder del presidente Jacobo Arbenz, el golpe de Estado del coronel Carlos Castillo Armas (propiciado por un gobierno estadounidense –a través de la CIA– obsesionado con evitar la implantación del comunismo en la región) que acabó con dicho gobierno y la propia muerte de Castillo Armas. “La novela lleva la historia al gran público”, dijo.
Y añadió (…) “he puesto hechos históricos y donde había controversia he utilizado la imaginación”. No es la primera vez que la democracia y la dictadura son el objeto de atención literaria (pero también de las opiniones) de Vargas Llosa. Aunque, como se sabe, la historia, puede tener muchas lecturas. Y las opiniones, en una democracia, cuanto más plurales mejor.