En CARETAS creemos en una vieja forma de practicar el periodismo y la aplicamos especialmente para momentos críticos como los que vivimos hoy: observar, investigar y estudiar los hechos para formarse opiniones frente a ellos.
En medio del debate tóxico de las redes sociales, la proliferación de las fake news y el apresuramiento de algunos colegas para tomar militante partido por uno u otro lado; CARETAS reitera su compromiso con la verdad. O, mejor dicho, para no caer en la arrogancia que tantas veces afecta la visión de los periodistas, renueva su compromiso con la honesta y permanente tarea de buscar una aproximación a la verdad.

No olvidemos que las dos candidaturas se sacaron la tómbola de la atomización de la democracia peruana. Y despertaron el entusiasmo solamente de un sector minoritario del electorado.
Esta vez, tenemos por un lado una candidatura que, según la interpretación de un buen número de partidarios, encarna una esperanza de cambio y traen a colación lo que está ocurriendo con vecinos como Chile y Colombia para asignarle esa característica. Pero es, sin duda, también un aluvión que además de agua trae tierra, piedras y muchos mui muis. Su “anfitrión” político, mediante un plan de gobierno que ahora preferirían esconder, expresa ideas marxistas desempolvadas del baúl de la Guerra Fría.

En su esfuerzo por centrarse ha pasado al Plan Bicentenario que, si bien no repite algunos de los disparates planteados con anterioridad, insiste en políticas muy cuestionables como la restricción de importaciones y una impronta de proteccionismo económico cuyos resultados son dolorosamente conocidos. Además, no hay que olvidar que el profesor Castillo emerge como personaje político a raíz de su tenaz resistencia a la reforma meritocrática magisterial que ha sido una política de Estado reconocida y saludada por los actores internacionales especializados en la materia de la mejora educativa.

Reclama más transferencias para los gobiernos regionales y combate el centralismo limeño a pesar de que la gran mayoría de los casos de corrupción se originan en esas instancias subnacionales. Las recientes agresiones a periodistas son producto de un ambiente atizado por el candidato Castillo y solo pueden remitir a una honda preocupación sobre cual es su comprensión de las instituciones y contrapesos democráticos.
La señora Fujimori, mientras tanto, ha convocado para anchar su base a profesionales que sobre todo provienen de las candidaturas de Rafael López Aliaga y Hernando de Soto. Pero es claro que todavía no rompe el dique en un núcleo del antifujimorismo que, más allá de la izquierda, se niega a votar por ella incluso con una candidatura como la de Castillo al frente.

Una campaña, como lo recuerdan varios especialistas en los últimos días, tiene un fuerte componente emocional. Y los pasivos de la señora Fujimori remueven esas emociones en un grupo de personas que ya no tienen que recordar los que están asociados al cada vez más remoto gobierno de su padre. Basta recordar la censura de Jaime Saavedra, el ministro de Educación que puso en práctica la reforma combatida por Castillo, y la del gabinete de Fernando Zavala que ingenuo confió en su predicamento con Keiko e intentó salvar la cabeza de Marilú Martens, la sucesora de Saavedra.
También el penoso espectáculo de la renuncia de Pedro Pablo Kuczynski precipitada por la actual candidata, con el telón de fondo de la guerra fratricida en su familia y el consecuente sabotaje al indulto de su propio padre. No era necesario ser Maquiavelo para darse cuenta que, más allá de cuestionamientos jurídicos, Fujimori tuvo la clara opción de darle soporte a ese gobierno en lugar de eyectarlo.

Hablamos entonces de capacidad política, control emocional y aptitudes conducentes a posibilitar la gobernabilidad nacional, que son cualidades que le serán igualmente necesarias al próximo o próxima gobernante. Bien haría la candidata en tomar las astas de ese toro ante el electorado indeciso en lugar de responder apenas que hubo que poner paños fríos o que la responsabilidad fue compartida.
Todos estos puntos siguen sin resolverse tras más de un mes de campaña en la segunda vuelta. Y CARETAS seguirá ejerciendo su cobertura informativa con esas cuestiones por delante. Según algunos la objetividad periodística es una quimera y según otros una estupidez. Pero la independencia y el espíritu crítico no son cualidades que un medio serio -aunque a este medio también le guste reírse- va a olvidar en medio de una contienda librada en democracia. Y, por cierto, quienes creen que la prensa decide las elecciones deberían recordar los muchos antecedentes que recuerdan que no es así, y que incluso una cobertura en exceso editorializada puede terminar por beneficiar al objeto de su inquina.