Las sesudas interpretaciones esbozadas en los últimos días desde los ámbitos de las humanidades, el antifujimorismo y la real politik resultan reveladoras para entender las fracturas peruanas.
Serían mucho más interesantes si no estuviéramos en medio de una pandemia y tampoco corriéramos el riesgo de desbaratar lo conseguido desde el retorno de la democracia.
Al profesor Pedro Castillo se le escruta desde perspectivas muy diferentes, como un Rashomon chotano que fascina y aterra a la vez.
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Pero hay una serie de hechos incontrastables que no se prestan a la relativización.
El primero, este maestro rural se aupó un sector radical y renegado del magisterio, vinculado con personajes asociados a Sendero Luminoso, para torpedear a la dirigencia oficial que se plegó a la reforma meritocrática.

El segundo es que Castillo presentó un plan de gobierno marxista del año de Ñangué, como se decía antes, donde se califican como perversas las leyes de la oferta y la demanda, y en el que la lucha de clases llega hasta los ámbitos mediático y de difusión cultural.
El tercer hecho que está a la vista de todos es que el candidato de Perú Libre ha ofrecido durante la campaña la desactivación de instituciones fundamentales para la democracia como la Defensoría del Pueblo, el Tribunal Constitucional y la Sunedu.
Lo previsible es que Castillo presente en los próximos días un remozado equipo técnico, muy probablemente con la asistencia de Nuevo Perú, el partido de Verónika Mendoza. La dirigencia ya le adelantó su apoyo al profesor y considera que tiene varios objetivos en común.

Esto es muy distinto de la experiencia con el expresidente Ollanta Humala. Resulta paradójico que los oportunistas del día identifiquen en la emergencia de Castillo una reacción de la provincia contra el centralismo limeño, del pobre contra el rico; pero en la práctica consideren al candidato como una especie de buen salvaje presto a ser moldeado y moderado.
El teflón en las encuestas, por el momento, de la oferta antidemocrática de Castillo se explica en buena medida por la candidatura con la que compite. Al fujimorismo le cuesta tender puentes y salir de la postura defensiva y reivindicativa de un régimen en cuya oposición se han formado generaciones enteras. En medio de la desolación de la pandemia y la polarización política, a la candidata le toca construir compromisos creíbles, pero también transmitir una ilusión de futuro, hasta ahora elusiva.