En editorial publicado el 4 de junio, en vísperas de la segunda vuelta, CARETAS apuntó que “muchos de quienes no han podido superar comprensiblemente su alergia a la naranja creen que un gobierno de Pedro Castillo se decantará, de alguna forma, en algo superior a lo que proyecta el desorden y la improvisación de su candidatura. En esos buenos deseos, sus aliados radicales -MOVADEF y Vladimir Cerrón- serán apenas anécdotas arrinconadas por el pragmatismo político. Buena suerte con eso”.
No sirvió la pata de conejo ni el trébol de cuatro hojas. La realidad nos aplastó con la fuerza de un gabinete entero que por momentos parece un chiste, y por otros una pesadilla. Pero la verdad es que la posibilidad siempre estuvo claramente allí y hubo muchos enceguecidos que respondían a las señales de alarma con gestos de perplejidad, como si hubiera sido sencillamente imposible que Castillo cumpla con algo parecido a lo que ofreció. Como algunos acuciosos de la historia recuerdan hoy, los bolcheviques siempre terminan por encimar a los mencheviques.
Es cierto que durante algunas semanas pareció librarse lo que este medio llamó una “tercera vuelta” entre las huestes de Vladimir Cerrón y personajes que se esforzaron por centrar a un presidente que, se creyó, pudo inclinarse a cualquier lado, pero la hegemonía que el ala dura y caótica de Perú Libre ha impuesto en el nuevo Consejo de Ministros no deja lugar a dudas. En medio de una pandemia, nada menos, y con graves consecuencias para la economía que se vieron reflejadas en la reacción de los mercados.
No solamente es el perfil del presidente del Consejo de Ministros, Guido Bellido, investigado por el Ministerio Público por apología del terrorismo y autor de una serie de tuits repugnantes que van en contra de los principales valores progresistas que defienden los izquierdistas modernos de Nuevo Perú, ahora quizá los únicos aliados de Castillo, sino también los currículums deficitarios de varios ministros que no tienen nada que hacer con sus respectivas carteras.
En un punto aparte, la designación del octogenario Héctor Bejar en Relaciones Exteriores marca un punto de quiebre para la política exterior peruana, con el claro acercamiento a las dictaduras de Cuba y Venezuela.
No es, además, un gabinete con la mínima capacidad de gestión para sacar adelante las muy ambiciosas metas trazadas en el mensaje presidencial del 28 de julio. Y algunos ingenuos insisten en civilizar a su nuevo buen salvaje y tratar de arrancarlo de las fauces de Cerrón. Pero se trata del presidente de la República, no de un niño ni un inimputable.
Ahora las posibilidades son dos. Una es que recomponga el gabinete con una configuración relativamente aceptable para el mandato electoral. La otra es iniciar una ruta de coalición con un Congreso de oposición que, ya se adelantó, no caerá en el juego publicitado por Cerrón de negarle el voto de confianza para precipitar, luego de una segunda censura de gabinete, la disolución del Congreso. Puede darse una mayoría de votos en abstención y que el gabinete Bellido inicie sus funciones con mínima legitimidad, para luego pasar a la censura individual de ministros que no tiene consecuencias en el juego de la disolución.
En paralelo, el presidente enfrenta la posibilidad de un abanico político sancionatorio que tiene en el centro el caso de Los Dinámicos del Centro, potencialmente relacionado con el financiamiento de su campaña, y que involucra directamente al titiritero del gabinete. La gobernabilidad se esconde bajo el sombrero de Castillo.