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Fundamentalismo de la sangre

Considerado como un semidiós por sus seguidores, la televisión mostró al cabecilla senderista cansado, con la mirada extraviada y sin ninguna muestra de arrepentimiento por lo horribles crimines que han enlutado 25 mil hogares. Un paciente trabajo de inteligencia durante varios años, permitió a la Dincote el más reciente triunfo obtenido en estos doce años de guerra.

jueves 12 de septiembre del 2019
en Política
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(Nota publicada: Edición 1228, 17 de setiembre 1992)

Los enamorados que estaban tomando una cerveza, hacia largo rato en la bodega de la esquina se dirigieron lenta y despreocupadamente a la casa verde de tres pisos y tocaron la puerta.

Celso Garrildo Lecca empezó a abrir cuando un violento empelló lo arrojó hacia atrás. El detective le apuntaba con una pistola mientras su compañera hacía lo propio con Maritza Garrido Lecca, sobre de Celso, que se había acercado también a ver quién tocaba.

Los otros grupos de policías que aguardaban el momento, irrumpieron a la carrera. Carlos Incháustegui, marido de Maritza, también estaba en el primer piso, en la saca. “¿qué pasa?”, gritó. “¡Al suelo!” le espetaron a su vez los policías encañonándolo.

Patricia Awapara Penalillo, novia de Celso Garrido Lecca y bailarina como Maritza, fue obligada también a echarse boca abajo.

En el jardín humeaba la parrilla donde se habían asado las carnes que almorzaron.

EL CACHETÓN

Los hombres de la Dincote buscaron rápidamente la escalera que conduce al segundo piso. Ellos no sabían que resistencia podían encontrar. Un fornido detective se arrojó con todo el peso de su cuerpo sobre la puerta, buscando derribarla. Tuvo mala suerte.

Era la puerta batiente de la cocina que estaba sin seguro y se abrió con facilidad. El policía cayo de bruces al piso.

En la casa había dos escaleras. Una de ellas conducía al tercer piso, donde se ubican dos habitaciones con varias camas y donde los ocupantes guardaban varios cajones con documentación senderista.

La otra escalera concluía, a simple vista, en una pared de madera. Pero observando con más detenimiento, los policías se percataron que se trababa de una puerta de madera corrediza. Como se encontraba asegurada por dentro, la derribaron.

Corrieron hacia las habitaciones con las armas desenfundadas. En una de ellas encontraron a María Pantoja Sánchez. En la otra a Laura Zambrano Padilla, la famosa camarada “Meche”.

En el estudio, arrellanado en su sillón, estaba Abimael Guzmán viendo televisión. Lo acompañaba Elena Iparraguirre, su amante y la número dos de Sendero Luminoso.

A un costaba estaba el escritorio y sobre él una bandera roja con la hoz y el martillo.

Uno de los detectives se abalanzó sobre Guzmán. Iparraguirre se revolvió como una fiera en defensa de Abimael, que no salía de su asombro.

La mujer golpeó al policía. Pero en ese momento ya otros agentes habían entrado a la habitación y trataron de inmovilizarla. Pero Elena Iparraguire gritaba y forcejeaba. En medio de los golpes a un teniente se le escapó un disparo que hirió a otro policía, que terminó siendo el único herido del operativo.

En ese momento, Guzmán atinó a gritar “¡Basta ya de violencia. Calma!” Luego preguntó “¿Quiénes son ustedes?” (El predicador de la violencia y apóstol de la destrucción se convierte en un pacifista cuando está en juego su propia integridad).

— Somos la Dincote, contestó con orgullo el oficial que estaba al mando.

— Ustedes son los que han matado a mis tres mejores hijos, replicó con amargura Guzmán. (Se refería a Deodato Juárez Cruzzat y los abogados Tito Valle Travesaño y Yovanka Pardavé, que murieron en la toma del penal de Canto Grande, operación, dicho sea de paso, en que la Dincote tuvo poco que ver)

— Tengan consideración con el presidente Gonzalo, atinó a gritar Elena Iparraguirre.

Nadie le hizo caso.

El oficial al mando, con la voz quebrada por la emoción transmitió por su radio, casi gritando. “¡El cachetón ha caído, viva la PIP!”

Otro oficial que estaba en el operativo no resistió la impresión y sufrió un preinfarto. Todos estaban eufóricos, algunos lloraban de alegría.

El Cachetón, como apodaban a Guzmán, por fin estaba en sus manos.

“MUCHO GUSTO, GENERAL”

Rostro desconcertado del líder de Sendero Luminoso, Abimael Guzmán. (Archivo Caretas)

Cuando registraron a Guzmán, le encontraron una libreta electoral con el nombre de José Cervantes Torres. La foto que se había colocado era de Guzmán, que aparecía con peluca y llevaba sobre el hombro un capa similar a la que usan los hermanos del Señor de los Milagros.

También se le encontró un botón con el rostro de Mao. El propio Guzmán pidió al fiscal y a la policía que le permitieran quedarse con el distintivo, ya que era un recuerdo personal de mucho valor. Explicó que el botón se lo había dado Mao Tse Tung en persona, cuando viajó a China.

En el registro del ambiente donde estaba Guzmán se encontraron cerca de cincuenta libretas electorales en blanco, sellos del Registro Electoral y del Jurado Nacional de Elecciones, así como una caja con medicinas y preservativos.

La sala de cómputo del cuartel senderista era manejada por la psicóloga María Pantoja Sánchez.

Elena Iparraguirre estaba pálida y temblaba. Cuando el fiscal que acompañó a la policía se disponía a registrarla ella le preguntó quién era.

— Soy el fiscal.

— Muéstreme su credencial, dijo la Iparraguirre.

El fiscal amoscado se la enseñó.

— ¿Usted de dónde es?, volvió a preguntar la detenida.

— De Iquitos, respondió el fiscal.

— El partido está en esa zona desde hace años, tronó amenazadora.

El partido está en esa zona desde hace años, tronó amenazadora.

El magistrado no pudo soportar y se retiró a un lado preguntándole a los policías si eso era cierto. Lo de la Dincote le devolvieron los ánimos.

— Los senderistas solo tiene dos células allá, lo tranquilizaron. Entonces el fiscal volvió para seguir con su trabajo.

El jefe de la Dincote, Antonio Vidal Herrera, que se4guía paso a paso el operativo, entró en ese momento a la habitación.

— Soy el jefe de la Dincote, general Antonio Vidal Herrera, se presentó.

— Mucho gusto general, soy Abimael Guzmán Reynoso, respondió el “camarada Gonzalo” ceremoniosamente.

— Hay veces que en la vida se gana y hay veces que se pierde. A usted esta vez le tocó perder, le dijo Vidal en todo de consuelo.

— Tan solo he perdido una batalla. Sepa usted general que el partido está en todo el Perú. Hemos avanzado lo suficiente como para dejarnos vencer ahora, dijo con arrogancia.

SIGUIENDO A LA BAILARINA

Un par de semana antes de la captura, los miembros de la Dincote dudaban sobre la presencia del líder senderista en la casa de Surquillo. La presencia de colillas de cigarrillos Winston en la basura les había llamado la atención a los detectives. Esa marca les era familiar, ya que habían encontrado una cajetilla en la primera casa allanada en Chacarilla, en junio de 1990 (CARETAS 1112).

Esa misma marca de cigarrillos habían encontrado en al casa de Monterrico, donde la Dincote halló también el famoso video del baile. Y en pasajes del video y las fotografías del velorio de Augusta La Torre se observa a Guzmán extraer un cigarro de una cajetilla de Winston. Las colillas eran, pues, un indicio.

Otro detalle que les llamó la atención cuando realizaban la vigilancia a la casa de Surquillo eran las cortinas del segundo piso. Casi siempre estaban cerradas. Por las noches, los detectives divisaban el perfil de un sujeto barbado que podía ser el “Cachetón”.

A la casa de Surquillo, habían llegado los de la Dincote por el seguimiento realizado a Elena Albertina Iparraguirre Revoredo (a) “Miriam”, considerada la número 2 de Sendero Luminoso y conviviente de Guzmán y a Germán, Sipián Távara (a) “Arturo”, directivo de la Academia César Vallejo, que había demostrado ser un nido senderista.

Pero sobre todo por el seguimiento que hicieron a la bailarina Maritza Garrido Lecca. Ella es sobrina de la exmonja Nelly Evans Risco, que había sido una de las secretarias de Guzmán. Evans cayó en la casa de Chacarilla, el 31 de enero de 1991. Martiza Garrigo Lecca, además, figuraba como el enlace entre el Comité Central y El Diario.

La casa de Surquillo había sido alquilada hace unos tres meses en 500 dólares por Martiza Garrido Lecca que estaba casada con el arquitecto Carlos Andrés Incháustegui Ecolla. Este era un nuevo personaje para la policía, pues no aparecía en sus archivos.

Cuando los detectives empezaron a vigilar la casa de Surquillo, algunos detalles les empezaron a llamar la atención. La casa era demasiado grande para una pareja sin hijos, en primer lugar, aunque el hecho que allí funcionara, aparentemente, un taller de baile podía justificarlo.

Más sorpréndete era la cantidad de víveres que comprar la pareja de esmirriados esposos. Frecuentemente llegaban con muchos kilos de alimentos, carnes, pollo, así como grandes pescados. La cantidad de panes también era sorprendente, así como el licor que introducían.

En otro de los seguimientos observaron que los esposos fueron a una farmacia en San Isidro donde compraron muchos medicamentos, algunos de los cuales eran para el tratamiento de la soriasis. A los detectives les dio un vuelco el corazón. Era un indicio que Guzmán estaba en esa casa.

Finalmente, la ropa que compraban los Incháustegui- Garrido Lecca era desproporcionada con sus tallas. Polos y ropa interior XL era más de los que podían usar cualquiera de ellos.

Con todos estos datos acumulados, todo apuntaba a la presencia de Guzmán en la casa. Pero no sabían cuántos eran los integrantes de la llama “guardia roja” que debería proteger al líder senderista y qué tipo de armamento poseerían. Los policías no querían derramamiento de sangre ni estaban interesados en matar a Guzmán. Ansiaban capturarlo vivo.

Imágenes del archivo fotográfico de CARETAS.

EL SIE INTERVIENE

Cerca de las 9 de la noche una caravana de autos realizaba un bullicioso retorno en dirección a la Avenida España. Algunos transeúntes pensaban que se trataba de los hinchas de la “U” que festejaban el triunfo sobre Alianza.

En realidad eran los detectives que llevaban al “Cachetón” Guzmán con los otros detenidos al local de la Dincote.

En el local policial Guzmán fue llevado directamente a las oficinas del general Vidal. Los otros detenidos a los calabozos. El ministro del Interior, general Juan Briones Dávila, y el director de la Policía Nacional, general Adolfo Cuba y Escobedo, conversaban alegremente con otros invitados en la residencia de la embajada británica, donde se agasajaba al ministro del Interior de Su Majestad, Mr. Kenneth Clarke.

El ingeniero Alberto Fujimori, entretanto, pescaba paiches y dorados cerca de Iquitos.

El asesor de Fujimori, excapitán Vladimiro Montesinos, se enteró por la televisión la noticia del año. Inmediatamente llamó por teléfono a la Dincote, donde confirmó la información. Luego hizo otras llamadas.

Al promediar las 11 de la noche, Briones y Cuba Escobedo llegaron presurosos a la Dincote. También lo hizo el procurador para casos de terrorismo, Daniel Espichán.

PISANDOLE LOS TALONES

Y pisándole los talones llegó un visitante inesperado, el jefe del Servicio de Inteligencia del Ejército (SIE) coronel Alberto Pinto Cárdenas. Pinto logró traspasar las barreras y las explicitas prohibiciones de que ingresara cualquier persona no autorizada.

Llegó hasta la oficina de Vidal e intento entrar, pero varios policías le impidieron el paso. El general estaba en una reunión de comando, le dijeron.

Cuando salió Vidal saludó a Pinto y se produjo un leve altercado, que terminó cuando Vidal le hizo recordar que él era general y Pinto coronel.

Cuando se reunieron con Briones, Pinto Cárdenas sugirió que sería mejor trasladar a Guzmán a un cuartel del Ejército, ya que el local de la Dincote no brinda las condiciones adecuadas de seguridad para un preso de la importancia de Guzmán. Pinto propuso que el cabecilla senderista sea llevado al Cuartel General del Ejército, el Pentagonito.

Vidal le recordó a Pinto que el Pentagonito hace poco había escapado el empresario Samuel Dyer y que de la Dincote nunca había fugado nadie. Se negó rotundamente a entregarle al detenido. Pinto se retiró con las manos vacías.

El lunes 14, cuando Fujimori y Cuba Escobedo acudieron a la Dincote a felicitar a los policías, estos entonaron el himno del detective, no el de la Policía Nacional. Al final, un espontaneo grito a voz en cuello, “¡Tres hurras por la PIP!”

Tags: Abimael GuzmánSendero Luminoso
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