El país vive tiempos de turbulencia y de incertidumbre en el escenario político, pero, sobre todo, respira mediocridad: el gobierno del presidente Pedro Castillo va a los tumbos de forma inexorable con cada nombramiento suyo; siempre hay funcionarios de dudosa reputación en su entorno. Siempre. Han transcurrido siete meses y la sensación que se impone es que lo peor está por venir. Ahora, el mandatario, anuncia que va a recomponer su gabinete otra vez: la última versión no duró ni una semana. La dimensión desconocida en su esplendor. De miedo.
Sin embargo, no todo en el Perú está impregnado de mediocridad. Hay otro profesor, uno de alto perfil que sí sabe, que sí enseña, que sí guía a sus pupilos y los ayuda a crecer: Ricardo Gareca, técnico de la Selección Peruana de Fútbol, un hombre que ha reorientado desde hace casi siete años la mentalidad de los jugadores de la blanquirroja: instaló desde el inicio de su gestión la meritocracia como principio angular. Toda una ironía si comparamos cómo y a quiénes se eligen de ministros en este gobierno.
Una ironía que alcanza a nuestro fútbol local también: tenemos un campeonato conformado por clubes absolutamente precarios a nivel deportivo e institucional. Una realidad que se manifiesta de manera puntual en los torneos internacionales: nuestros equipos son barridos con facilidad porque no están preparados para la alta competencia. Eso es un drama muy potente, porque expresa que en un país donde se come, se respira y se sueña fútbol los hinchas de los equipos nacionales gritan pocos goles trascendentales. O, ninguno. Mientras en otros países de la región hay hinchas que repletan su memoria de noches de gloria.
Esto ocurre hace décadas, décadas. ¿Hay excepciones? Sí, las hay: campañas que solo fueron episódicas. ¿Y la sostenibilidad del triunfo? Un bien esquivo para nuestros clubes.
Esa situación que describe un escenario de falta de continuidad o intentos fallidos refleja una parte del Perú, una parte que se muestra de manera muy arraigada en la vida cotidiana. Por ejemplo, en nuestro fútbol local, representado por nuestros clubes, se evidencia en su precariedad las falencias de ese Perú: una sociedad viciada por el desprecio al orden, esquiva a la gestión responsable, reticente a la meritocracia, elusiva a la capacitación, al espíritu de mejora. Es decir, al crecimiento: al desarrollo.
A esa parte del Perú, a ese ámbito que no expresa lo mejor que somos, paradójicamente, llegó Ricardo Gareca en el año 2007. Se hizo cargo de la dirección de Universitario de Deportes y lo sacó campeón el siguiente año. Campeón a pesar de todos los problemas institucionales del conjunto crema. Campeón contra viento y marea. Una experiencia que se convirtió en gravitante para que años después le ofrecieran la Selección Peruana de Fútbol, representativo patrio que no conocía un mundial desde España 82. Las frustraciones alcanzaban varias generaciones de jugadores y aficionados. Varias generaciones sin ver a Perú en un mundial.
Y así, en el año 2015, arribó este personaje tan particular: flaco, pelilargo, hombre de fe en la divinidad y en las cábalas. Ingresó a la conferencia de presentación con su estampa de guitarrista metalero y se dirigió a la prensa con su verbo articulado y concreto. Desde ese día demostró que lo didáctico era lo suyo: ordenado en sus ideas sustentó que lo relevante era tener muy en claro el objetivo y las estrategias para llegar conseguir la meta del mundial y, por supuesto, poder transmitirles eficientemente a los jugadores ese mensaje cargado de variantes futbolísticas, pero también de mística. Lo logró y su calidad docente quedó exhibida: nuestros jugadores aprendieron a pensar en una cancha, se disciplinaron, internalizaron cómo vivir su compromiso con el equipo y se educaron en responder asertivamente en la adversidad.
Ese estilo didáctico, esa seriedad y ese compromiso nos llevó a Rusia 2018. El sueño de todos se hizo realidad, pero estos tiempos nos indican que Qatar 2022 está cerca, faltan dos finales que se deben jugar sin tregua en marzo: Uruguay en Montevideo y Paraguay en Lima. Las posibilidades están intactas. Gareca sigue haciendo docencia. Nuestros jugadores aprenden. Eso es lo bueno, lo esperanzador.
Lo importante también en el liderazgo de Ricardo Gareca ha sido apelar a la meritocracia para elegir quiénes son convocados y quiénes no. Quiénes salen al campo y quiénes no. Un principio que en la selección se ha revalorizado: solo ingresan los que están mejor. Sin excepción. Una manifestación atípica en una parte del Perú, sobre todo en el escenario político: espacio donde muchos no deberían haber llegado nunca, porque no han hecho ningún mérito. Todo lo contrario: están repletos de incompetencia y sospechados de corrupción. Allí está nuestro Ejecutivo, allí está nuestro Congreso. Ganas de gritar: rompan todo.
Es la época que nos ha tocado vivir y tenemos que afrontarla, pero tal desvergüenza no representa a todo el Perú. No todo el país se encuentra hundido en la inmundicia. Existe otra parte donde hay entornos que valoran la excelencia de los profesionales, la capacitación es reconocida y el esfuerzo se premia. No son muchos, es cierto. Pero existen y resisten. Lo paradójico es que la Selección Peruana de Fútbol se ha convertido en uno de esos pocos territorios sociales donde el respeto por el trabajo serio se sostiene. Hace 10 años era una proyección de la improvisación de un sector del país. Otro espacio de caos. Ya no, al menos por ahora.
Aunque no solo Ricardo Gareca tiene que ver con este avance: Juan Carlos Oblitas ha sido el personaje clave que comenzó esta transformación para redefinir la visión de trabajo de la blanquirroja. Y no es casual: el actual gerente deportivo de la FPF no solo fue un notable jugador, sino que siempre demostró ser un tipo pensante, organizado, informado y entregado al esfuerzo. Ser un técnico exitoso no fue suerte. Elegir a Ricardo Gareca fue su acierto; él sabía de las cualidades del ‘Tigre’: otro tipo pensante, organizado y entregado al esfuerzo. Un encuentro que en realidad fue un recuentro: dos seres afines en cuanto a sus competencias deportivas y en cuanto a ver el mundo. Ambos decidieron trabajar juntos para remontar años de desilusiones.
La búsqueda de ese objetivo significó transmitir una ética de trabajo con el cuerpo técnico y los jugadores. Una ética que persiguió desde el inicio de este proceso cumplir sí o sí con el compromiso adquirido de prepararse física y emocionalmente a conciencia para afrontar los desafíos deportivos. Lo hicieron y fuimos a Rusia. Y ahora Qatar está cerca porque continúan comprometidos en cuerpo y alma.
Esta selección gracias a Gareca, el cuerpo técnico, Oblitas y los jugadores son la representación de ese Perú que se resiste a claudicar en la mediocridad: expresa a ese peruano que cada día se gana la vida a pulso con honestidad y perseverancia. Ese peruano que pone un plato de comida en la mesa familiar sin haber estafado o robado a nadie.
Veremos qué pasa en marzo que se juegan los dos últimos partidos de la clasificatorias, las posibilidades de llegar a Qatar son razonables: no es una quimera. Está la opción directa si alcanzamos el cuarto lugar o el repechaje si quedamos quintos. Esa es la realidad, una que también nos muestra que Ricardo Gareca no solo ha cambiado con su docencia el juego de nuestros futbolistas, sino que además ha transformado sus espíritus. No importa la adversidad que asome en la cancha: darán pelea. Gareca, el otro profe, sí sabe.