Desde que apareció Pedro Castillo en la escena política se pudieron advertir sus limitaciones intelectuales y de carácter: un personaje de conformación cultural básica o elemental que encontró en la lucha sindical magisterial su único camino para sobresalir. Quedó muy claro que en la huelga de profesores del año 2017, Castillo se ganó los reflectores y obtuvo un protagonismo público gracias a su estilo inflexible e irreflexivo en las negociaciones con el gobierno de Pedro Pablo Kuczynski.
Hay que recordar que se oponía a las evaluaciones periódicas del cuerpo docente y que su único objetivo era lograr que el Ministerio de Educación lo reconociera como líder de su sindicato. Eso era lo único que pretendía: las mejoras para los profesores nunca fueron un asunto prioritario para él. Eso fue puro verso.
La ministra de Educación de ese entonces, Marilú Martens, tuvo que lidiar con la intransigencia y el chantaje político de Pedro Castillo. Se rehusaba a levantar la huelga si no se hacía ese reconocimiento. Así, demostró que su única habilidad de gestión pasaba únicamente por convocar a la agitación social: hoy presidente del país —ironías de la vida— es incapaz de gestionar de manera mínima la elección de un Gabinete decente. Todo lo contrario: cada elección suya es un autosabotaje, pero él no quiere asumirlo. Un estado de negación que podría propiciar una escalada de caos insospechado en el gobierno, en el país.
Prometió que su cuarto Gabinete iba a ser la expresión de una representatividad política amplia, no lo fue. Mintió una vez más. Se dieron solo seis cambios y, por evidente afán de cubrir la cuota política con Perú Libre, entregó el ministerio de Salud a un médico cerronista que divulga productos medicinales que no tienen validación científica: Pedro Castillo ha ungido a Hernán Yuri Condori Machado para que enfrente en el Perú la tragedia pandémica más grave de estos tiempos en el mundo: el Covid-19. El país tiembla.
Esta controversial designación ha arrojado sus primeras señales catastróficas: Gustavo Rosell renunció como viceministro del ministerio de Salud, Gabriela Jiménez dejó su cargo de directora de inmunizaciones del Minsa y todos los integrantes del Equipo Consultivo de Alto Nivel (ECAN) dimitieron. Sin embargo, el presidente Castillo se ha negado a referirse a esta crisis: como siempre se vuelve evasivo en escenarios donde experimenta un trance de conflictividad y deviene en un estado de congelamiento mental: no sabe qué hacer porque no tiene un rumbo estratégico y tampoco dispone de un entorno político lúcido. Parte de su problema tiene su raíz en ese ámbito. La mediocridad y la ignorancia acompañan su entorno.
Tuvo la oportunidad de darle una cierta estabilidad y consistencia a su gobierno con el liderazgo de Mirtha Vásquez en el Gabinete, pero la desperdició: cuando estalló el enfrentamiento entre el ministro del Interior, Avellino Guillén y el jefe de la PNP, comandante Javier Gallardo, le tocaba respaldar a Guillén, porque Gallardo quería pasar al retiro un grupo considerable de policías que todavía eran esenciales para el servicio; personal que estaba comprometido con limpiar de corrupción a la institución. Eso lo indicó el ex ministro del Interior y el presidente estableció una distancia con Guillén, y se creó una crisis innecesaria donde no solo dimite Avellino Guillén, también Mirtha Vásquez. Y al final el jefe de la PNP fue pasado al retiro. Todo un lío por nada.
Pero ese es el patrón del presidente Castillo: propicia escenarios de autosabotaje y cree que está ejerciendo como un mandatario, pero lo único que muestra con su comportamiento es que no tiene idea del liderazgo político. Vive aterrorizado con perder el apoyo de Vladimir Cerrón, y, que este, en cualquier momento, le baje el pulgar y Perú Libre lo abandone en el Congreso y quede expuesto a la posibilidad de una vacancia.
Es decir, la realidad que tenemos es la siguiente: el presidente del Perú es un sujeto sin jerarquía, improvisado, débil e irresponsable: ha entregado el ministerio de Salud a un personaje impresentable, cuando lo mínimamente sensato, en este atípico contexto sanitario, es designar a alguien altamente competente y rodearlo de un equipo calificado. Llamar a los mejores siempre es la decisión correcta.
El presidente Pedro Castillo tiene que entender que en este país muchas familias han derramado lágrimas por la pérdida de sus seres queridos a consecuencia del Covid-19 y es una obligación moral convocar a los mejores para que estén al pie del cañón en esta lucha sanitaria. Es el mejor tributo a la memoria de quienes ya no están y, quienes estamos, merecemos la mejor protección disponible. Con la salud no se juega y él está jugando.
Sacó a su mejor ministro por cuotas políticas y no pensó en el país. Esto amerita que se encierre en su habitación. Y allí, solamente acompañado de su alma: tendrá que meditar a conciencia si va a poder enmendar sus errores y si va a tener la capacidad de asumir un liderazgo político que evite los papelones o los errores irreversibles. Es la idea.
Que explore e indague en la realidad tal y como es, es de urgencia. Las señales hasta ahora no son buenas y solo lleva siete meses en el cargo. Y si siente que no puede, que la responsabilidad lo supera, que apele a la dignidad y dé un paso al costado. Es lo que tocaría: que renuncie. Que se vaya: que nos libre a todos de su incapacidad.