El arte siempre reconforta el espíritu, más aún en tiempos de incertidumbre y desencantos. La muestra Beyond Van Gogh, The Immersive Experiencie, ofrece la oportunidad no solo de aproximarse a la obra de un artista trascendental, permite también conocer parte de su mirada sobre el mundo. Un mundo particular, muy especial. Y se comprende: el artista neerlandés no tuvo una vida fácil, su inestabilidad emocional lo conducía a situaciones intensas, desbordadas. Un espíritu atribulado, pero lúcido. A pesar de sus crisis: disponía de la capacidad para identificar y plasmar la belleza. Notable mérito.
Este tipo de muestra ha logrado que personas de distinta índole y formación contemplen una obra que —de pronto— en una presentación convencional no apreciarían de la misma manera: quizás ni irían. Su aproximación sería más compleja. Aquí, en esta versión multisensorial, los visitantes se dejan seducir por las proyecciones de efectos y color: literalmente lluvia de colores. Los colores de Van Gogh.
Uno observa que familias enteras y gente muy joven se entrega a la experiencia y la disfruta: paneles con reflexiones del artista acercan al visitante a conocerlo mejor, o sencillamente conocerlo: varias personas no tienen una idea muy profunda de Van Gogh. Tampoco tienen que ser expertos. Sin embargo, esta visita, por la idea del montaje, ilustra de forma rápida a cualquier neófito: chico o grande. No importa, el sentido didáctico de la puesta en escena lo va a informar, lo pondrá al tanto.

Por eso, esa parte inicial del recorrido en esta experiencia es clave para comprender quién era Van Gogh: a través de cada una de las reflexiones del artista colocadas en los paneles de luz, se narra su historia: anhelos, relaciones y frustraciones. Sin embargo, también se puede presenciar luz, vitalidad. Aquella sensibilidad que lo conectaba con lo mejor del alma.
Campos de flores y árboles; diversidad de retratos donde se advierte el alma ajena. O también, bellas noches estrelladas que seducen nuestros sentidos. No todo fue turbación en él: en su interior habitaba una luz que se manifestaba por medio de fogonazos provistos de inquietud por querer captar lo bello.
Esa actitud se puede apreciar en frases, en reflexiones que ayudan a conocerlo: “El arte es para consolar a los que están quebrantados por la vida” o “Tengo la naturaleza, el arte y la poesía”, y si eso no es suficiente, ¿qué es suficiente? Un alma sensible, pero no en el sentido de la fragilidad en este caso. No confundirse: Van Gogh tuvo una inestabilidad emocional, sí. Pero aquí se trata de otra cosa, se trata de la capacidad de su naturaleza para conectarse con el mundo que lo rodeaba y darle una interpretación con su arte.

Eso es clave en Vincent Van Gogh y aleccionador: aprender a mirar nuestro entorno, a mirar al otro y a nosotros mismos. Ese mundo interior que muchas veces no queremos ver, porque allí anidan no solo los anhelos o sueños: también las frustraciones, los temores y aquellos fantasmas que no se van.
Ese tipo de acercamientos con el arte es lo que necesita toda persona: un escenario propicio para pensar. En el caso de esta muestra, se podrá reflexionar en un marco impregnado de magia: colores, imágenes de sus pinturas en una secuencia interminable y una música de fondo que acompaña la visita.
Poco no es. No es frecuente este tipo de experiencia artística en nuestro medio, es relevante romper con la monotonía y acceder a una experiencia que puede reconfortarnos internamente e ilustrarnos. Un alto a la mediocridad de la política local es absolutamente sano y necesario.
Hay ámbitos que nos ayudan a crecer. Es determinante advertirlos y no desaprovecharlos. Lo colores de Van Gogh pueden ayudarnos mucho.