Se viven tiempos recios en nuestro país: la mediocridad se ha instalado en las esferas del poder político y pretende arruinar todo aquello que aspire a calidad. El Congreso de la República hasta el momento se rehúsa a comportarse con sensatez y solo apela a la estridencia o a la necedad. La aprobación de un proyecto de ley para debilitar a la Sunedu es un ejemplo. No importan los avances en la reforma universitaria. Eso es lo de menos. Hay quienes tienen intereses de volver al modelo anterior: representantes de universidades que no fueron licenciadas y desean revivirlas. Politiqueros y mercachifles asociados para conspirar con el crecimiento académico.
Este proyecto de ley que busca restablecer la autonomía institucional de las universidades, como el anterior modelo de la Asamblea Nacional de Rectores (ANR), donde las casas de estudios eran juez y parte: busca un atajo para ir erosionando los diversos avances de calidad que se han logrado en estos años. Que se hayan obligado a muchas universidades a mejorar sus estándares académicos es un asunto central para aspirar a mejoras imprescindibles en la educación superior.
Eso no lo quieren comprender los congresistas de Perú Libre, Fuerza Popular, Acción Popular y Renovación Popular: legisladores que no quieren pensar en los avances logrados en estos años en cuanto a la reforma universitaria. Por ejemplo, que algunas universidades fueron obligadas a cerrar filiales porque sus locales no poseían los requerimientos mínimos para albergar alumnado, que muchos programas académicos fueron cancelados porque no alcanzaban los estándares idóneos para ofrecerse, que la investigación académica se triplicó en estos últimos años, o que casas de estudio que no cumplían con los requerimientos para licenciarse se alinearon con la Sunedu y ahora ofrecen a sus estudiantes condiciones básicas de calidad. Eso no es poco.
Sin embargo, estos legisladores pertenecientes a las bancadas mencionadas se rehúsan a valorar estos progresos y colocan la reforma universitaria en la guillotina para descabezar a una institución que no es perfecta, porque eso no existe, pero sí valiosa. Los resultados en estos últimos años exponen muchos logros positivos. Y están avalados por las múltiples evidencias en los procesos de licenciamiento.
Mejorar la Sunedu tendría que ser el objetivo, pero no es así: la quieren destruir y estancar la educación para favorecer a quienes lucran inescrupulosamente con universidades que son una estafa y donde la calidad académica es ciencia ficción.
Pero esto tiene un trasfondo social terrible en el país: no solo es querer liquidar a la Sunedu o a la Autoridad del Transporte Urbano (ATU) —otro organismo en la mira—, es también querer tumbarse todo aquello que represente institucionalidad, orden y formalidad. Hay una manifestación simbólica inquietante y trágica en la figura de la autoridad política en el Perú: no es fiable y no vela por el bienestar común. Es lo contrario: se esfuerza por esquilmar las expectativas de la población.
Queda claro con los congresistas, queda claro con el presidente: la máxima autoridad del país es un maestro escolar que debería ser la representación simbólica de la esperanza del desarrollo en la educación, de la excelencia. No lo es: él simboliza en carne propia el fracaso de la educación escolar estatal de nuestra nación. Un docente que no tiene nada que enseñar y ha ‘enseñado’. Además, de ser alguien a quien han denunciado junto a su esposa de haber plagiado su tesis de maestría. ¿Qué se puede esperar? La respuesta convoca muchos temores.
¿Qué nos ha pasado como país? ¿O siempre fuimos así y las excepciones tapaban la dura realidad? Es un asunto que hay que pensar y evaluar con sinceridad para identificar dónde realmente estamos parados. Es lo que toca desde la ciudadanía para dar una respuesta a esta avalancha de lo chicha, cultura combi y trafa de Azángaro que han invadido el Congreso de la República y Palacio de Gobierno. Eso sí, les abrimos las puertas con nuestros votos. Es una triste realidad que se tiene que meditar en serio.