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La grieta peruana

Escribe: Manuel Eráusquin | Un país dividido y tensionado aguarda el pronunciamiento del JNE para saber quién será nuestro próximo presidente o presidenta. Mientras tanto: voces afiebradas invocan un cuartelazo.

sábado 19 de junio del 2021
en Piano Bar
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Hasta ahora no tenemos un presidente electo y la tensión es cada vez mayor: la apretada contienda electoral-y bastante áspera- ha derivado en una confrontación de manifestaciones histéricas e irracionales. La discusión eminentemente política ha sido superada de manera amplia por la diatriba y la desinformación. Es el triste signo de estos tiempos.

El país se ha partido en dos y quien gane tendrá la urgencia de restañar las heridas para pretender conseguir una gobernabilidad, una al menos básica que permita al Perú no quedar atrapado en una grieta que nos condene a una división inútil, improductiva. El tema es si ese presidente o presidenta será capaz de convertirse en alguien convocante. Allí la pregunta.

Una pregunta válida al considerar que el país al expresarse en las urnas en esta segunda vuelta ha firmado casi un empate: en el transcurrir de los próximos días el Jurado Nacional de Elecciones (JNE) se pronunciará sobre quién será la persona que asuma la responsabilidad de guiar los destinos del país en los próximos 5 años. Sin embargo, mientras tanto, vivimos en un interregno donde las tensiones escalan a niveles peligrosos.

Que la gente se asesine simbólicamente en las redes sociales es triste, lamentable. Ocurre en el Perú y en todo el mundo. Nadie se libra de este tipo de desquicio. Pero que empiecen a surgir voces temerarias que invoquen la intervención de las Fuerzas Armadas para evitar que un candidato llegue al poder es un asunto diferente. Aquí se revela que algunos desdeñan la importancia de respetar la institucionalidad. Y la institucionalidad tiene que estar por encima de todo.

La histeria desatada por el posible triunfo electoral de Pedro Castillo contra Keiko Fujimori expone al desnudo a personajes de poca vocación democrática: un golpe de Estado significaría retroceder, perderse en un laberinto que nos privaría crecer como un país civilizado. Volver a tiempos fallidos sería una tragedia: seríamos los tribales de la región.   

Aunque, a pesar de que el Perú no posee una institucionalidad sólida; hay cosas que sí funcionan: tan bananeros no somos, existen las herramientas democráticas y electorales para afrontar cualquier crisis política. Capacidad de respuesta hay.

Que se defina al ganador es cuestión de tiempo, la ansiedad no puede sobrepasarnos, menos el miedo. El JNE pronto tendrá que resolver la solicitud de impugnaciones de Fuerza Popular. Una vez claro esto, habrá presidente o presidenta. Y se acabó la discusión, o tendría que acabarse.  

La gente debe interiorizar que en nuestro país el JNE es la máxima autoridad electoral, es la herramienta democrática que disponemos para nombrar a un presidente o presidenta. Su pronunciamiento será en base a evidencias, a número de votos válidos. Resuelto esto, se tiene que aceptar. Nos guste o no el ganador, porque son las reglas del juego.

Sin embargo, los tambores de guerra resuenan cuando se menciona que Pedro Castillo está más cerca de ser presidente, porque quienes no votaron por él entran en crisis de nervios y avizoran el fin de los tiempos: estatizan el país entero, el comunismo se impone, nos volvemos una dictadura y el Perú sería como Venezuela, Cuba y, si quieren, también Afganistán: eso sí, con talibanes y todo. Un enorme caos, y para variar el diazepam ni hará efecto. Alcohol tampoco habrá, de seguro lo prohíben.

Así, con ese pronóstico, algunos espíritus atrabiliarios invocan el favor de los militares para evitarnos el infierno tan temido. Pero no quieren darse cuenta de que hace rato que estamos ardiendo en el inframundo: Keiko Fujimori y Pedro Castillo jamás debieron pasar a la segunda vuelta. Nuestro drama es que dos candidatos sin las cualidades y calidades necesarias para asumir la investidura presidencial se convirtieron en las únicas opciones de elección. Y ambos son terribles.

Keiko Fujimori, investigada por la presunta comisión del delito de organización criminal y lavado de activos. Eso sin contar el comportamiento hostil y saboteador de su bancada por órdenes de ella al gobierno de Pedro Pablo Kuczynski. La estabilidad del país nunca le importó: sus recientes disculpas en esta campaña no gozan de credibilidad.

Y esos temas no son menores, pero en la primera vuelta varios votaron por la lideresa de Fuerza Popular y la pusieron en carrera. Sin embargo, Pedro Castillo, también encierra reparos: voz sindical autorizada del Sutep en la huelga de maestros en el 2017, un personaje intransigente y boicoteador en las negociaciones con el gobierno. Se empecinó en tumbarse la reforma magisterial y se pueda mejorar la calidad instructiva de los docentes. La exministra de educación, Marilú Martens, podría dar fe de ello.

Además, Castillo llega a las elecciones de la mano de un partido liderado por alguien condenado por la justicia e investigado por distintos delitos de corrupción durante su gestión de gobernador de Junín: Vladimir Cerrón. Y claro, a eso se añaden las controversiales promesas electorales: refundar el Perú a través de una nueva constitución y posibles nacionalizaciones de empresas. Razones para dudar y preocuparse, sí. No hay duda.

Pero el daño ya está hecho: Fujimori o Castillo. No hay más. Y cuando el JNE se pronuncie se tendrá que aceptar a quien oficialmente se haya impuesto en la contienda electoral. Es lo que toca en un país que pretende ser serio, no caótico o tribal.

Que existen dudas y temores, las hay. Que si gana Pedro Castillo-que es lo más probable-se va a generar una atmósfera de incertidumbre en un importante sector del país, sí. Eso va a pasar. Por eso, el profesor tendrá que sopesar el escenario político y dar señales claras de ofrecer una gestión concentrada en la crisis sanitaria y la reactivación económica. A fin de cuentas, son los asuntos de mayor urgencia. Y por supuesto, el respeto irrestricto de la institucionalidad. Si logra esto, si tiene la sagacidad de convocar a las principales fuerzas políticas y formar un frente unido de gobernabilidad, las cosas empezarán a marchar.

Ahora, si Castillo arroja por la borda la sensatez y enfila con medidas que atentan contra la institucionalidad del país, la gente tiene que mantener la calma, la razonabilidad. Volvemos a remarcar: la democracia tiene herramientas para defenderse: hay un Congreso de la República, hay leyes, hay procedimientos contemplados en la Constitución. Hay un sistema institucional que tiene que prevalecer, algo que es nuestra mejor protección como sociedad. Lo otro, petardearlo y celebrar un golpe de Estado, como algunos afiebrados quieren, significaría que no aprendimos nada. Y allí sí, sí seríamos totalmente bananeros.

Tags: Elecciones 2021Manuel Erausquinsegunda vuelta
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