Toda partida deja una sensación de tristeza o vacío, pero en el caso Ricardo Gareca y su equipo técnico hay algo más: frustración. La Federación Peruana de Fútbol (FPF) a través de su presidente, Agustín Lozano, manifestó hace semanas que la prioridad era renovarle el contrato al entrenador argentino. Que no había plan B. Sin embargo, el nivel de gestión que ha tenido para pretender negociar su permanencia indica incompetencia y mala fe. Lo último enciende todas las alarmas.
Agustín Lozano, quien se encontró con la presidencia de la FPF en diciembre del 2018 por la salida de Edwin Oviedo, ha demostrado de forma concreta que la mediocracia —léase mediocridad— que atraviesa al país en el ámbito político es una manifestación que también está enquistada en su presidencia de la FPF. Y eso no pasa por no querer renovarle el contrato a Ricardo Gareca y a su comando técnico —quedó claro que no quiso—, porque era lícito dar por finalizada
la relación contractual si se consideraba que era hora de comenzar otro proceso. Las razones podían haber sido de distinta índole, desde económicas hasta de enfoque deportivo. Eso es válido en cualquier parte del mundo. Y eso
se tiene que entender.
Sin embargo, se montó una película de comedia donde el presidente Agustín Lozano expresaba que su objetivo era que permaneciera Gareca y que no había plan B. Pero cuando es la hora de definir el contrato ofrecen un 40% de
reducción de sueldo. Aquí, en este punto, queda revelada la farsa de Lozano ysus deseos reales: hartar a Gareca. Y se hartó y se fue. Es decir, el presidente de la FPF evidenció públicamente que no tiene jerarquía, que la clase en él es inexistente.
Probablemente le molestó las exigencias de Ricardo Gareca: empezar a reestructurar el fútbol nacional para pretender tener equipos competitivos que provean un universo más amplio de jugadores a la selección. Quizás, por alguna extraña razón, a él y a su entorno de dirigentes les conviene el statu quo del fútbol peruano. Y eso es lo dramático de este asunto.
Que Ricardo Gareca y sus colaboradores se hayan ido en estas condiciones es triste: se les ha maltratado y burlado al tenderse esta representación teatral. No lo merecían. Son profesionales que llegaron a nuestro país hace casi ocho años para aportar a un fútbol precario como el nuestro. Y mal no les fue:clasificamos a un mundial después de 36 años en Rusia 2018. Además, de haber sido subcampeones de América en el año 2019. Lo que tocaba era cerrar el vínculo como gente. Era lo mínimo. No se quiso: se prefirió lo ordinario y lo informal.
Juan Carlos Oblitas también se fue. Dejó de ser el director deportivo de la FPF: el hombre que no solo fue el artífice de esbozar un perfil de técnico para la selección peruana de fútbol y de elegir a Ricardo Gareca, sino que también fue
el responsable de delinear un proyecto deportivo que colocara al seleccionado en condiciones de ser un equipo competitivo. Además, de haber sido el respaldo del técnico argentino en los momentos más difíciles. Su salida
también es preocupante: el medio local no ofrece muchas alternativas para reemplazarlo. Y quizás no haya nadie que se equipare a él para ese puesto.
Lo que deja esta experiencia son dudas y preocupaciones: no hay hasta ahora ninguna señal que apunte a una restructuración del futbol peruano. No se avizora un comienzo y ese el gran tema de fondo. Si continuamos con clubes que no trabajan de manera apropiada las divisiones inferiores, si los equipos no disponen de canchas y condiciones óptimas para entrenar y solo hay un proteccionismo a instituciones que ni siquiera están en primera división y no
aportan nada, el futuro es desalentador.
Ya sea con Gareca, Bielsa, Sampaoli, Guardiola, Zidane o Ancelotti, si no comenzamos a construir en nuestros clubes una dimensión institucional real: no podemos aspirar a ser competitivos de manera integral. Posiblemente
podríamos ir a un mundial, pero sería un asunto más cerca de lo episódico que producto del trabajo de todo un sistema organizado entre equipos y selección.
Nuestro presente es nefasto y el futuro se avizora peor. Los milagros son bienvenidos.