Cuando el 16 de octubre de 1962 el presidente estadounidense John F. Kennedy recibe la información de la existencia de misiles nucleares en Cuba, la probabilidad de un infierno nuclear estaba muy cerca. Sus generales más reactivos invocan a los tambores de guerra. Es decir, invadir Cuba y propiciar un ataque nuclear si los soviéticos respondían. Así de claro.
El nerviosismo era comprensible: dos días antes un avión espía estadounidense U-2 fotografiaba, gracias a la pericia del piloto Richard Heyser, emplazamientos de misiles balísticos en la localidad de San Cristóbal, en la provincia de Pinar del Río en la parte occidental de Cuba.
Era evidente que esa infraestructura armamentística tenía como objetivo ser utilizada en una eventual contienda bélica contra Estados Unidos y convertirse en un ataque masivo: la idea era atacar de manera simultánea distintas ciudades. Un escenario de ese tipo exigía respuestas rápidas y disuasivas.
Kennedy decide que la mejor opción era aplicar una cuarentena o bloqueo naval a los barcos soviéticos que se dirigieran a Cuba mientras se ganaba tiempo y establecer una negociación con el líder de la URSS Nikita Kruschev.
Fácil no fue, pero tanto del lado estadounidense y soviético se evidenciaron esfuerzos para que este problema no alcanzara un marco apocalíptico. Por ejemplo, un espía ruso le transmite a un periodista norteamericano (John Scali ABC) que la Unión Soviética retiraría los misiles de la isla si Estados Unidos no invadía Cuba. Una versión que fue corroborada por los agentes de inteligencia y es refrendada con la respuesta de Kruschev.
Asimismo, mientras los estadounidenses examinaban a los barcos soviéticos que iban con dirección de Cuba, el mundo entero rogaba que nadie cometiera un exceso y propiciar un evento sin punto de retorno.
Kennedy y su gente evaluaba la condición de la URSS para finalizar este impase: retirar los misiles Júpiter de Turquía, un evento controversial pudo empujar al mundo al caos: un avión de reconocimiento norteamericano que sobrevuela cielo cubano era destruido por los soviéticos. El piloto no se salva.
Esa situación incentiva a las voces más vehementes y recomendaban un ataque inmediato a Cuba y prepararse para una contienda con la URSS. Una contienda con pronóstico reservado.
Al final se impone la razón en ambos mandatarios: Kennedy accede a retirar los misiles que tenía su país en Turquía y Kruschev deja la ambigüedad para dar paso a respuestas concretas y desmantelar los emplazamientos de misiles en Cuba. La lección aquí es importante: el presidente estadounidense no cae en la tentación del gatillo fácil: logra aplacar los ánimos impulsivos de sus generales. Y el líder soviético evita también una respuesta radical. La voluntad de dialogar era clave.
Pero, además, queda abierta la línea roja entre los líderes de ambas potencias y tener la posibilidad de zanjar cualquier controversia de forma directa. Un recurso que hoy ha perdido vigencia: Biden y Putin en conversaciones directas podrían avanzar –si hay voluntad– a terminar esta guerra de Rusia con Ucrania, pero esta línea-en ese estilo-está cortada.
Ahora, solo queda esperar el desenlace de este conflicto: Ucrania avanza hacia la recuperación de Jersón y a los rusos solo les queda retroceder. Aunque las acusaciones y amenazas siguen siendo protagonistas en lugar del diálogo o la negociación, los rusos acusan a Ucrania y a la OTAN de planear utilizar una ‘bomba sucia’ (mezcla de material radioactivo y explosiones convencionales) y el Alto Representante de la Unión Europea para la Política Exterior, Josep Borrel, ha señalado de manera taxativa que si Rusia ataca con armas nucleares a Ucrania, la UE, la OTAN y Estados Unidos responderán de forma no nuclear, pero “tan potente militarmente que el ejército ruso sería aniquilado“. El miedo nos sigue acechando. Todo es de pronóstico reservado.