El gran problema del presidente Pedro Castillo es que no quiere asumir la realidad: investigaciones fiscales contra él, ministros, exministros y exfuncionarios por corrupción; asuntos altamente perturbadores para el país. Sin embargo, su actitud negacionista y displicente en relación con esos temas deja entrever que no le importan. Prefiere la confrontación con la prensa y tratar de desautorizarla con argumentos calumniosos y delirantes. No acepta que su gestión naufraga por la ineficiencia y la deshonestidad de quienes él eligió. Y no quiere cambiar: persiste en elegir mal.
La salida de Jorge López del Ministerio de Salud (Minsa) por presunto ‘pitufeo’ para comprar un inmueble era la oportunidad para elegir a alguien idóneo en ese cargo. Otra posibilidad arruinada: nombran a Kelly Portalatino, una persona que no posee las credenciales necesarias para asumir un ministerio tan sensible—seguimos en pandemia— y que es allegada del ala cerronista. Es decir, una elección donde se privilegia lo político y no las capacidades o competencias. Un sello de este gobierno.
Otro ejemplo que revela la ausencia de una gestión eficiente es el fracaso absoluto del Proyecto Modernización Refinería Talara (PMRT) que gestiona Petroperú: las pérdidas ascienden a la astronómica cifra de US$ 1,650 millones.
Esta cantidad de dinero, según Comex Perú, hubiera dado acceso a más de un millón de ciudadanos de agua potable y alcantarillado. Es en todo caso, una pérdida no solo de dinero; es una pérdida de oportunidades para ayudar a quienes más lo necesitan: el supuesto público objetivo de un presidente que dice preocuparse por los más necesitados, por los pobres.
Pero todo no queda allí, hay que sumarle la inyección excepcional del Estado de 4,000 millones de soles a Petroperú para garantizar sus operaciones estratégicas. Un desembolso sideral que expone la ineficiencia de una gestión gubernamental que no evidencia un giro de timón que nos comience a alejar de los numerosos y continuos desastres que se ejecutan sin autocrítica alguna.
Sin embargo, lo único que hay como respuesta a las críticas sobre su gestión son evasivas y comentarios que buscan desautorizar a la prensa local. De otro lado, tenemos una oposición también precarizada en cuanto a solvencia política, decencia y capacidad intelectual. Un escenario así, donde no hay muchas luces, obliga a pensar que como sociedad hemos fallado demasiado. No hay una representatividad política con cierta solidez institucional y conformada por cuadros profesionales competentes. Es todo lo contrario.
En ese contexto, los esfuerzos de una oposición que busca sacar del poder al presidente Castillo, se estrellan permanentemente con la realidad: no consiguen los votos suficientes para la vacancia y sus estrategias proceden desde lo impulsivo. Muy poca reflexión y análisis. Al final, el aspecto argumentativo o de evidencias es pobre. Un acto fallido más.
Y ante la eminente visita del grupo de alto nivel de la OEA, la oposición debe ser más reflexiva, estratégica y lúcida para presentar sus informes sobre el gobierno del presidente Pedro Castillo: la credibilidad depende de la calidad de las evidencias y de la exposición clara y concreta de ellas. Tiene que ser una oportunidad para mostrar de forma certera la realidad de una gestión contaminada de corrupción e ineficiencia.
Así estamos, mientras el país se va problematizando cada día: literalmente. Eso preocupa, más aún cuando nos encontramos en un contexto internacional conflictivo: el impacto económico de la guerra de Rusia con Ucrania, el frenazo económico de China —nuestro socio comercial—, la desaceleración deliberada de la economía de Estados Unidos para controlar su inflación y la inflación en América Latina. Fácil no la tenemos.
A esto se complementan los pronósticos del FMI para el próximo año, que señalan una recesión mundial: un escenario que exige liderazgos y planes de contingencia serios para afrontar un marco económico hostil, pero nosotros no tenemos en este gobierno ni liderazgos y tampoco planes serios. La evidencia apunta a eso.
No olvidar que el FMI ha pronosticado que el Perú solo crecerá en su PBI un 2,7% en el 2022 y para el 2023 será de 2,6 %. Las cifras no tienen ideología, son frías y concretas. Pero eso sí, hay un responsable de esta situación. Se espera que se haga cargo, lo contrario será seguir cayendo. Siempre se puede estar peor.