El 12 de marzo del año 2009 fallece Blanca Varela y se apaga una luz en la literatura peruana e internacional. Una pena enorme: aquella lucidez procedente de una sabiduría de vida —no solo poética— ya no se pronunciaría. Sin embargo, quedaba su poesía y también las diversas entrevistas que había concedido a lo largo de su vida. Allí existía otra luz para explorar y restituir esa palabra, esa mirada tan particular sobre la existencia. La poeta volvía a pronunciarse. Nos volvía a hablar.
El editor Jorge Valverde Oliveros ha reunido casi todas las entrevistas que concedió Blanca Varela en una edición acompañada de bellas fotografías que ayudan a contextualizar los momentos vividos por la poeta: un material documental que se agradece.
Leer las distintas entrevistas echan luces sobre una forma de ver y sentir la vida de la poeta. Desprovista de poses o de vanidad alguna refiere con absoluta transparencia su pasión por el pensamiento:
“Yo tengo una pasión: el pensamiento. La poesía es a posteriori. Es el rebose de una actividad que sale como puede. A mí lo que me gusta es pensar. Eso sí me gusta”, le dice a César Ángeles. Una cita referenciada en el texto de presentación por el editor de esta publicación.

Y en ese afán por ser coherente con lo que piensa y escribe, le subraya también a Ángeles: “Quiero pensar como mi carne, como mis huesos […] No quiero hacer una poesía tramposa, ¿te das cuenta? Y si no es buena, mala suerte, para mí será lo que quiero hacer”. Qué más se puede decir.
Otro tema que se advierte de forma frecuente en sus diferentes diálogos son las épocas de aprendizaje; tiempos especiales de crecimiento intelectual y personal. Por ejemplo, sus años en San Marcos, su mejor amigo Sebastián Salazar Bondy, su esposo Fernando de Szyszlo, el viaje a París recién casada y las amistades intelectuales que ayudaron a su crecimiento como poeta y persona. Por ejemplo, Jorge Eduardo Eielson, Julio Cortázar y Octavio Paz, el gran poeta mexicano que la impulsó a publicar su primer poemario: Ese puerto existe (1959).
Los años en París marcaron un antes y un después su visión sobre el Perú y su identidad. Una de las primeras influencias de la capital francesa en época de posguerra fue mostrarle su conexión con su propio país.
Varela recuerda la influencia en París con esta reflexión en la entrevista con Mario Campos (1996): “Primero me dio la revelación de saber que no soy, que no pertenezco a ese lugar. Ahí es cuando el recuerdo del Perú pesa mucho, es muy importante. Siento entonces esa sensación que sentí de niña, de saberme diferente a los mayores, al mundo. Siento eso, pero ya en relación a una suerte de identidad”.
Esa notable experiencia en París que moldeó su visión y carácter también es abordada en la entrevista concedida al escritor y periodista Jorge Salazar para la revista CARETAS (1983). “Allí (París), con algunos amigos —ahora se me viene a la cabeza Jorge Eduardo Eielson, Salazar Bondy y Julio Cortázar, que por esa época no había publicado—, aprendimos que el arte también podía ser una desintoxicación. Nunca fuimos, en su sentido estricto, intelectuales. Era una vida vibrante, tensa de pobreza y emociones que todavía me acompañan”.
En ese mismo texto periodístico de Salazar; la poeta se refiere sobre la complejidad del país y su manera de asumirse en ese contexto. “Sé también qué habito, soy ciudadana de un país con un hondo y desgarrador problema de paternidad. Estamos todos llenos de traumas, deudores, todavía, de un padre español y de un padre indio. Yo también debo llevar esa cicatriz”.
Y es que el Perú ha sido un tema constante en sus reflexiones: el permanente estado de lo irresuelto, lo inacabado. Un gran asunto pendiente que atraviesa nuestras vidas. Con Víctor Rodríguez Núñez (1993) se anima a darle ciertas razones de nuestro drama como país que no se encuentra:
“Lo peruano es algo muy triste. Somos un país que no está integrado, donde jamás nos aceptamos los unos a los otros. Tenemos diferencias raciales, culturales, sociales. Hasta ahora no es precisamente lo peruano aquello que nos define. Pero superar eso conlleva el trabajo de toda una vida. Si los peruanos sintiéramos que todos somos peruanos seríamos un país más digno”.

Blanca Varela tuvo dos hijos con el pintor Fernando de Szyszlo: Vicente y Lorenzo. Pero la tragedia, el horror de la pérdida tan temida por cualquier padre o madre, se hizo realidad para ella y el artista plástico: el 29 de febrero de 1996 el avión donde iba Lorenzo de Szyszlo se estrella en Arequipa. Con la poeta Rosina Valcárcel (1997) afronta este tema con entereza y su respuesta alcanza lo confesional:
“Es probable que la pérdida de mi hijo Lorenzo es algo me haya cambiado, no lo sé con exactitud. Es tal el contacto con el escándalo, con el horror de la muerte ¿Quieres que te diga una cosa? Aunque suene escalofriante, casi no me sorprendió. Eso es terrible, porque es algo que yo esperaba. Creo que hay que esperar esas cosas terribles, ese es el destino en la vida; pero no lo esperaba evidentemente. A la última persona que hubiera esperado que le sucediera era a uno de mis niños”.
Un rasgo, una cualidad notoria en Blanca Varela ha sido su frontalidad para expresar lo que pensaba: no se limitaba, se pronunciaba con franqueza sobre cualquier tema para el cual era convocada. En la entrevista que le realiza el poeta Abelardo Sánchez León (1995): lo reafirma desde su perfil sanguíneo, apasionado.
“Soy apasionada hasta ahora. Digo las cosas con mucha furia, pero detrás de esa furia hay simplemente el convencimiento de que todo es un poco inútil, de que la poesía, por ejemplo, es una especie de cosa gratuita, que es lo maravilloso que tiene, que eso está destinado a la suerte, al destino, al azar, en el sentido de si alguien lo lee o no lo lee”, explica Varela para conectar su respuesta con la poesía: “Todo lo demás es rutina, todo lo demás es mucho ruido, mucho desorden. Fuera de la poesía todo es caos. La única vez que encuentro un orden es cuando escribo poesía”.
Sin embargo, en ese diálogo con Sánchez León el Perú —como siempre— emerge y ella apela a una reflexión desde la ética, una respuesta provista de esperanza para afrontar diversos peligros que asedian a nuestro país desde la corrupción, aunque también hay una advertencia con tono inquietante:
“Yo creo que el ser humano es ético en la medida en que la ética lo protege. Porque la ética es el último reducto para sobrevivir. Yo creo que el Perú puede ser un país ético. Lo malo es que vivimos en un mundo de chantajistas. Lo que pasa es que el enemigo es muy grande. Todo lo que se ha acumulado al otro lado es muy grande”.
Una verdad que tiene vigencia desde hace mucho. Blanca Varela, nos sigue hablando. Y lúcida como siempre.