Anthony Bourdain fue un narrador de historias alrededor de la gastronomía, sus viajes por distintas partes del mundo no tenían la finalidad de acopiar innumerables recetas de cocina para el espectador promedio: su trabajo apuntó a mostrar la riqueza cultural de los lugares que visitaba. El centro de operaciones sí estaba referenciado en un plato de comida y en las personas que la compartían. Allí el gran valor.
Esa forma de apreciar el trabajo y la vida lo tuvo dando vueltas por el mundo muchos años: al principio todo fue excitante, cosmopolita y hasta glamoroso. Pero el tiempo transcurrió y la rutina lo alcanzó. El reconocimiento y el dinero no bastaban para alegrar el día. No importaba lo exótico que prometía la siguiente visita: había comenzado a sentir una grieta en su interior.
El documental Roadrunner, de Morgan Neville, es una exploración íntima a la vida del famoso chef neoyorkino a través de sus viajes y su entorno familiar. Un material notable al contar con la principal evidencia informativa: el mismo Bourdain. Innumerables horas de grabación donde él expone su emocionalidad y cuenta todo aquello que siente. No se guarda nada.
Si estaba malhumorado o agotado, lo decía. Igual pasaba con la tristeza, solo que en ese estado todo se volvía un poco inquietante. Bourdain llegaba a tener reflexiones profundas sobre la muerte y su equipo de producción quedaba en silencio. Se advertía una pena, un dolor instalado desde hacía mucho en él. Su procedencia era una incógnita para su entorno e incluso para el propio chef.
Es paradójico al ver este documental que este hombre consiguió lo que muchos sueñan: transitar la vida en diferentes lugares y que todo sea diferente cada día. Que la experiencia de vivir sea una permanente aventura cosmopolita. Anthony Bourdain tuvo eso y se cansó: añoraba una vida familiar convencional. Eso también lo llegó a tener, al menos un tiempo. Luego, se cansó.
Hay una sensación de melancolía permanente en Roadrunner, se percibe desde el principio. Es el sello de agua de un trabajo fílmico que trata de mostrar el lado creativo, impulsivo, confesional y vulnerable de Anthony Bourdain. Sin embargo, se evidencia que el objetivo es tratar de comprender qué pasaba con él en su ámbito más íntimo. Hay señales certeras, pero son solo eso: señales. Siempre quedarán muchas interrogantes.
El famoso chef se quitó la vida el 8 de junio del año 2018 en una habitación del hotel Le Chambard, en la región de Alsacia, Francia. Su amigo, el también chef Eric Ripert, lo había estado llamando a su celular para ir a desayunar. Ese día iban a tener una jornada intensa de trabajo para el programa que hacían para CNN, pero Bourdain no contestaba las llamadas. Personal del alojamiento ingresó con una llave maestra al dormitorio: el sujeto salió espantado. Anthony Bourdain se había ahorcado. Un final inesperado.
Los exámenes toxicológicos que se hicieron al cuerpo del chef arrojaron negativo. Anthony Bourdain no estuvo alcoholizado o drogado: la trágica decisión que tomó lo hizo consciente. Un pozo depresivo que nadie del equipo de producción, amigos y familiares supieron advertir.
Su entorno quedó devastado y con muchas preguntas, eso es lo clave en el documental: hasta qué punto realmente habían conocido a Anthony Bourdain. Eso incluye a las propias parejas, como la madre de su hija con quien tuvo una relación constructiva mientras duró.
También está el tema de Asia Argento, su última novia, que sí fue una relación turbulenta, pero él ya era un sujeto fragilizado. Su dependencia hacia ella era una alarma.
Quizás lo único claro fueron aquellos momentos donde enfocó toda su pulsión de vida a la creativa forma de contar historias desde la gastronomía y ofrecerle a la gente una manera distinta de conocer el mundo a través de la comida. El amor por las mujeres con las que estuvo, el inmenso amor por su hija. Eso siempre tuvo claridad en su vida, como el agua de los ríos. Lo otro, como sus penas o sus dolores silentes eran eso: silentes, indescifrables.