Esta semana, el ministro de Salud, Víctor Zamora, declaró: “Nunca más un enemigo como el COVID-19 debe encontrar al Perú con un sistema débil. Debemos crear en el futuro espacios para la creación, investigación, acción y trabajo digno en este sector”. La buena noticia es que en el país ya operan algunos centros de investigación de primer nivel. Uno de ellos nada menos que en Chincha, familia.
El doctor Manolo Fernández recorre el laboratorio con un sentido de misión. El microbiólogo cree estar sobre la pista criminal. Está convencido de que tiene la vacuna contra la COVID-19 –el acrónimo del inglés coronavirus disease. Los rayos de sol que se filtran por la ventana iluminan los instrumentos del laboratorio de la empresa Farmaceúticos Veterinarios (Farvet). Brillan también los ojos de sus biólogos. Es un buen comienzo contra la pandemia. El sol es una fuente de vitamina D3 (ver historia en IDL-R). La composición química de la naturaleza se descompone en agentes malévolos y benévolos con mayor claridad en estos tiempos de incertidumbre.

En el departamento de inmunología molecular relumbran el aparato
biorreactor y los microscopios electrónicos de última generación, entre otros
sofisticados equipos. Fernández asegura que el laboratorio de Farvet –del
que es propietario– es uno de los más modernos en América Latina. La creación
de la vacuna salvadora tiene etapas y tiempos definidos. Lista Fernández las
principales: baculovirus; insectos; glicosilar; proteína S-1. El uso obligado
de la mascarilla amortigua el sonido de las vocales agudas. Antes de que se
declarara al país en cuarentena, el 15 de marzo, Farvet ya había dictado a un
biolaboratorio en Estados Unidos la secuencia molecular de la proteína S-1 que,
según el microbiólogo, permitirá combatir al virus. El resultado es la
producción de una versión sintética –y, por lo tanto, inocua– del gen que
codifica la proteína para la vacuna. La preciosa encomienda tiene programado
llegar al país a fines de abril.
El siguiente paso en el laboratorio es de ciencia ficción: la proteína es inyectada a células de insectos, reproduciendo bajo el microscopio el proceso de infección en organismos superiores, liberando el virus el genoma y logrando de esa manera una producción industrial de ese segmento de la proteína S-1. “Es como encargar a la levadura que convierta el azúcar en alcohol en la fabricación de cerveza”, simplifica Fernández. La metáfora cervecera es inevitable.
UNA PATENTE MUNDIAL
El laboratorio de Farvet opera en Chincha, Ica. En 2015, Favret desarrolló una vacuna contra una cepa de coronavirus que diezmó a la industria avícola peruana, y hoy tiene registrada la patente mundial sobre esa fórmula. “Los médicos veterinarios estamos acostumbrados a navegar en mares tormentosos”, explica Fernández. “Las pandemias son relativamente frecuentes en el mundo veterinario –las llamamos epizootias –, en contraste con la medicina humana, donde suelen ser episodios extraordinarios”. Eso explica la magnitud y complejidad del laboratorio chinchano especializado en la producción de vacunas para la industria veterinaria. Pero ¿una vacuna contra los pollos puede salvar a la humanidad?
“El mecanismo de contagio y propagación de la COVID-19 es el mismo”, sostiene Mirko Zimic, a cargo del grupo de investigación molecular de Farvet y director de Bioinformática, Biología Molecular y Desarrollos Tecnológicos de la Facultad de Ciencias de la Universidad Peruana Cayetano Heredia. La brecha entre el reino animal y el humano es más estrecha de lo que algunos estamos dispuestos a admitir, al margen de la ironía política. La COVID-19 saltó de los murciélagos al hombre en el mercado de Wuhan, China. La propia influenza provino de los pollos y chanchos. En realidad, el 70% de las enfermedades humanas tiene su origen en bacterias, hongos o virus animales. La cura del coronavirus es aún un misterio, pero la propagación de la enfermedad en el cuerpo humano es un asunto tan simple como mecánico. Respire profundo.
LETAL JUEGO DE TRONOS

El virus es una partícula de ácido nucleico, proteínas, carbohidratos y lípidos que se caracteriza por las espigas o spike hechas de proteínas que le dan esa forma estrellada por la cual le llaman coronavirus. En el cabezal del spike se ubica el llamado dominio S-1, que reconoce y se adhiere al receptor de la célula humana.
El spike se prende a la célula, ingresa a ella y libera el material genético. “Es como una llave que encaja en una cerradura”, explica Zimic. La célula infectada crea muchas copias del virus, como una máquina fotocopiadora, y desata el proceso infeccioso. Los pulmones –en particular los alveolos– son pasto de la infección porque tienen muchos receptores celulares compatibles con el virus. El organismo reacciona. El sistema inmunológico organiza la defensa. Produce anticuerpos. Los traslada a la zona infectada a través de la sangre. La guerra es muy dura. Estalla la fiebre. Usualmente el sistema inmunológico logra vencer al virus. Pero a veces no y, en esos casos, sobreviene la muerte.

Suena a una versión de Juego de tronos, virulenta, implacable y microscópica. “La vacuna proveerá al organismo de un ejército de anticuerpos y células listo para librar la batalla contra el agente patógeno un segundo después de la infección”, chasquea los dedos Zimic.
El virus tiene la capacidad de mutar genéticamente con cierta malévola flexibilidad. La cepa que castiga el Perú no es la misma que la que estalló en Wuhan en diciembre. Aunque es igualmente mortífera. La COVID-19 ya tiene cerca de 150 diferentes mutaciones genómicas dando vueltas por el mundo y el número sigue creciendo. Una treintena de laboratorios del mundo trabajan contra el reloj en busca de la vacuna milagrosa que ponga freno a la pandemia. “La estrategia para combatirla es amarrar los brazos que el coronavirus usa para agarrarse de la célula e infectarla”, apuesta Zimic.
Trabajan en
Favret 18 biólogos moleculares. Fernández calcula que habrán producido el
primer lote de la vacuna a mediados de mayo. El siguiente paso es someterla a
experimentos de respuesta y bioseguridad en ratones, primates y, por último, en
seres humanos, voluntarios y sanos. Por lo pronto, 40 monos van a ser sometidos
a las pruebas en el Centro de Investigación en Enfermedades Tropicales Maxime
Kuczynski, en Iquitos. Los plazos son perentorios, las opciones, limitadas.